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Disparen contra la izquierda

Hace ya tiempo que las disciplinas ligadas a la comunicación social cuestionan el concepto de “opinión pública”. Las críticas resultan pertinentes. Implica la idea de disolver un mar de subjetividades disímiles -marcadas por experiencias políticas y culturales diversas- en una unidad totalizadora y totalizante.

26 de julio de 2017| Eduardo Castilla |

Sin embargo, eso no implica que no puedan ser construidas determinadas tendencias, sobre la base de los sentidos comunes existentes o extendidos. En la Argentina de la híper-concentración mediática, las grandes corporaciones del ramo actúan como avanzada de las ofensivas que patronales y Gobierno impulsan.

La corrupción kirchnerista es ya un sentido común. Lejos del argumento que solo señala la concordancia entre grandes medios y corporación judicial, la misma existe y es verificable. El enriquecimiento exponencial de un simple cajero de banco, de un chofer o de la misma expresidenta, están ahí para alimentarlo y darle materialidad. No viene mal recordar que la Argentina de las carteras Louis Vuitton era la misma de los 5 millones de pobres en la provincia de Buenos Aires, o del 34 % de trabajadores en negro.

Sobre esa base real, los millonarios poseedores de cuentas en paraísos fiscales y empresarios enriquecidos al calor de los negocios con el Estado, intentan presentar corrupción de un solo color.

Los protagonistas de los Panama Papers, Avianca y escándalos como el del Correo Argentino, pretenden imponer lecciones de “moral republicana” a quienes no acompañen su espectáculo circense. Esa pantomima que podría servir para expulsar a Julio de Vido de la Cámara Baja, aunque eso no signifique ningún castigo a la corrupción.

En los últimos días, esa condena furiosa de moralistas que suelen pedir la impunidad para los genocidas, se descargó también contra la izquierda trotskista, la fuerza representada por el Frente de Izquierda.

Uno de los últimos ataques los protagonizó una impostada Elisa Carrió, quien no parece sufrir el dilema de hacer el ridículo hablando en tono místico, o ridiculizarse a sí misma fingiendo ser divertida.

Precedieron a Carrió en este ataque los grandes diarios como Clarín y La Nación; programas televisivos con fuerte audiencia como Intratables, y pseudo-periodistas como Gabriel Levinas y Guillermo Lobo.

Los ataques pretendieron forjar el falso relato de una izquierda que respaldaba la corrupción por negarse a avalar la patética maniobra oficialista contra De Vido.

Este martes, además, el troll center macrista estalló en una catarata de improperios y críticas contra los referentes de la izquierda como Nicolás del Caño y Myriam Bregman, o hacia los diputados que estarán presentes en el recinto, como Nathalia González Seligra o Pablo López. Nadie descarta que hoy miércoles la tormenta de agravios continúe y/o se amplifique.

Una mirada de las últimas semanas pondrá en evidencia que los ataques a la izquierda no se reducen al plano de su actuación legislativa. Buscan, también, dar en el blanco de su accionar en el terreno sindical y social. La izquierda en las calles molesta.

La Batalla de PepsiCo entró ya en el torrente de la historia de la lucha de clases reciente en Argentina. Esa gran acción mostró una decisión de combate que las conducciones sindicales burocráticas niegan cual si fuera el pecado original.

En ese entonces fue Patricia Bullrich quien demostró que no teme regresar constantemente al ridículo, desafiando el aforismo sarmientino.

La funcionaria llegó al absurdo de afirmar que las empresas Lear y Kraft habían “cerrado por responsabilidad de la izquierda”. La ministra que tiene a su cargo la llamada “seguridad” dijo una burrada más grande que su historial de transfuguismo político. Ambas empresas siguen abiertas y funcionando. Es más, agreguemos que en la alimenticia de Pacheco, la izquierda agrupada en la Lista Bordó goza de un apoyo considerable entre trabajadores y trabajadoras.

Con días de distancia, Bullrich y Carrió hacen causa común contra el único espacio político que sostiene una posición independiente en relación a los escándalos de corrupción y a las políticas de ajuste. Políticas que se llevan adelante, con matices y discursos diversos, por parte del oficialismo y de la oposición peronista. La provincia de Santa Cruz, bajo “gestión” de Alicia Kirchner, sirve de vara para medir a qué nos referimos.

Los ataques y agravios tampoco pueden separarse de la enorme repercusión que tuvo la Batalla de PepsiCo. Un hecho de magnitud, que fue visto y seguido por millones de personas a través de los medios.

Es que la presencia de la izquierda trotskista en el llamado mundo sindical hace ruido e incomoda, en el marco de la traición extrema de la burocracia sindical peronista. A Macri y Cambiemos, como antes a CFK y al kirchnerismo, les agrada una burocracia domesticada que prefiere –largamente- los cómodos sillones de la negociación a los piquetes de lucha contra los despidos.

Añadamos, ya a modo de cierre, que la izquierda troska asoma en un escenario marcado por la derechización del kirchnerismo, que busca desesperadamente los votos “ciudadanos”. Todo régimen político capitalista añora una oposición moderada, que se subordine a los intereses del gran empresariado. La campaña de CFK cumple ese requisito.

En contraposición, la izquierda, en las calles y en el Congreso, sigue marcando la agenda de la clase trabajadora y el pueblo pobre. Posiblemente cuando el lector o la lectora aborden este artículo, una vez más esa fuerza esté marchando junto a los trabajadores y trabajadoras de PepsiCo.

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Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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