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El fantasma de otra corrida: el dólar a $ 43 y el Central con pocas armas

En solo dos días el dólar subió 6 % en el segmento minorista. El Banco Central subió las tasas y contrajo los pesos en circulación pero no logró frenar la divisa.

8 de marzo de 2019| Esteban Mercatante |

Parece que fuera hace una eternidad, pero un mes atrás la prensa económica hablaba todavía de un “veranito fianciero”. El Banco Central (BCRA) compraba dólares, porque la divisa cotizaba por debajo de la banda inferior de la llamada “zona de no intervención”, que es el rango de valores dentro de los cuales la autoridad de regulación monetaria debe dejar que flote libremente, por imposición del FMI. Y el riesgo país −la sobretasa que debe pagar el país por sobre lo que pagan los bonos de los EE. UU.− caía, después de haber alcanzado un máximo arriba de 800 puntos entre los últimos días de 2018 y los primeros de 2019. La prima que paga la deuda del país siguió siempre altísima (arriba de 600 puntos), pero mucho menos que los niveles de infarto que supo tener.

El espejismo de que argentina dejaba atrás la situación de emergencia, había sido creado por una brisa favorable a nivel internacional. Y se evaporó con la velocidad de un rayo apenas esta dejó de soplar, lo que ocurrió con las noticias que llegaron el viernes de la semana pasada. Lo que ocurrió es que la calificadora MSCI (Morgan Stanley Capital Investment), la mismo que anunció a mediados del año pasado que le daría a la Argentina la categoría de “emergente”, informó que aumentará cuatro veces la ponderación que tiene es sus índices China continental. Esto aumentó el fervor de los inversionistas por los activos del gigante asiático; para comprarlos se desprendieron de los de otros países, que vieron caer su valor. La Argentina estuvo entre el lote de los castigados (menos valor de activos significa más tasa). Pero por la situación de vulnerabilidad extrema que los fondos del FMI tapan pero no resuelven, acá el castigo llegó amplificado.

Yo te avisé

Ya hace dos semanas habían ocurrido las primeras señales de alerta. El BCRA había aprovechado el veranito para apurar la baja de las tasas de interés de las Letras de Liquidez (Leliq), los títulos a 7 días con los cuales absorbe pesos de los bancos. Con tasas siderales había podido estabilizar al dólar, después de la megadevaluación que hizo el “trabajo sucio” de poner el dólar altísimo y de una fuga de capitales de casi USD 30.000 millones en un año. Las tasas altas hicieron que volviera el “carry trade”, que es el negocio de los acreedores por hacer negocios logrando altos rendimientos en pesos. La condición para esta bicicleta financiera, es que la tasa le gane al dólar. Con una cotización del dólar estable desde octubre y tasas de más de 5 % mensual, volvió con todo la timba.

En enero la tasa de las Leliq pasó de 60 % anual llegaron a 43 % anual en los primeros días de febrero. Pero otra vez “pasaron cosas”: se conoció un dato de inflación más alto del esperado en enero (2,9 %) que desmintió que los precios estén bajando, y con eso bastó para que volvieron las muestras de precariedad. Más inflación significa que el peso se aprecia frente al dólar en términos reales (la moneda de EE. UU. pierde poder de compra en el país), y eso incrementa la perspectiva de devaluación. La tasa tiene que ser más alta para que los especuladores sigan apostando a ganarle al dólar. Pero como el BCRA estaba haciendo lo contrario, arrancaron las apuestas a un nuevo ajuste del dólar. La respuesta fue volver a subir rápidamente las tasas. Pero el dólar ya se había puesto en movimiento.

Wall Street le sigue bajando el pulgar a la Argentina

El gobierno de Macri tiene plata del FMI para pagar sus deudas en 2019, suponiendo que el mercado le refinancia los títulos de corto plazo en al menos un 46 % de los montos que vencen de acá hasta fin de año. También mostró hace más de un mesque cerró el programa financiero de 2020 y necesitará tomar sólo USD 5.000 millones en el mercado de deuda doméstico (soponiendo eso sí una refinancición del 100 % los títulos que vencen sin problemas. Además promete déficit cero para este año (con un 0,4 % del PBI de tolerancia para incumplir con el compromiso) y superávit de 0,5 % del PBI para 2020.

Así y todo, el riesgo país no solo no baja, sino que sube. ¿Qué pasa con este gobierno intervenido por el FMI, que audita en nombre de los acreedores, para que estos últimos no le crean a Mauricio a pesar de todos sus gestos a los mercados?

Lo que ocurre es que a los acreedores todavía no los convence la capacidad de pago de la Argentina. A los mismos fondos que hasta enero de 2018 se lanzaban con entusiasmo sobre los títulos de deuda del país, haciendo caso omiso al crecimiento desenfrenado del endeudamiento y al déficit del balance de pagos, ahora no hay garantía que les resulte suficiente. Las metas comprometidas con el FMI en materia fiscal, el salvaje ajuste sobre el gasto doméstico impuesto mediante la megadevaluación para asegurar que la economía reduzca la necesidad de dólares para todo lo que no sea deuda, y el cumplimiento de vencimientos de estos años con plata del organismo, no resultan suficiente para despejar los reparos.

La ayuda del FMI, que debería aplacar los ánimos de los acreedores, opera de manera contradictoria. El organismo interviene en interés de estos, pero a la hora de cobrar, está primero en la cola. Su asistencia está reduciendo la exposición financiera del país con el sector privado, pero el grueso del préstamo de USD 57.100 millones deberá ser devuelto entre 2021 y 2024. Esto difícilmente opere como un aliciente para que haya mucho interés en adquirir nuevos bonos por parte de inversores privados, que saben que ante cualquier dificultad cobrarán recién después de que el organismo internacional reciba lo suyo.

Hay otro motivo más de fondo, que es que todavía no confían en la capacidad del país para sostener el pago de los vencimientos en los próximos años, una vez que se termine el sostén del FMI. Con la foto de hoy, considerando toda la deuda pública del Estado nacional los vencimientos de capital e intereses entre 2020 y 2026 alcanzan los USD 210.000. Es decir que lo que habrá que pagar en esos años representa nada menos que el 65 % de lo que hoy se debe. ¿Bastará en 2020 el mercado doméstico para financiar lo que falte? ¿En 2021 permitirán el proyectado superávit primario y algún retorno a los mercados internacionales cumplir con los compromisos? Aun para los más optimistas son preguntas sin respuesta asegurada, y eso determina que sigan elevados los costos de financiamiento para el país. Los cuales determinan que el país siga teniendo vedado el financiamiento internacional, generando así, si se mantiene en el tiempo esa situación, una profecía autocumplida de insolvencia.

Sin acceso a los mercados de crédito en los próximos años y solo apelando al mercado local, no hay ajuste que alcance para cubrir los vencimientos de la deuda ya contraída. El escenario de default que el gobierno se esforzó en despejar, no está fuera del horizonte para 2020; mucho menos para los años siguientes. Por eso, los grandes tenedores de bonos del país ya exigen un “plan B” que hoy Macri y el FMI no tienen en carpeta: “una reestructuración de deuda” preventiva, antes del default, como hicieron Grecia en 2012 y Ucrania en 2015. También plantean una renegociación con el staff del Fondo para alargar los plazos de devolución (algo que muchos en el mundo financiero dan por descontado que va a ocurrir gane quien gane las elecciones). El gobierno abrió el paraguas al incluir en el presupuesto la posibilidad de reestructurar deuda sin ningún requisito de que los nuevos bonos ofrezcan condiciones más favorables, pero por ahora en la cartera de Dujovne no hay ninguna movida en ese sentido.

Por último, en el riesgo país inciden también los riesgos de corto plazo. Con una inflación que no se calma, las dudas sobre las metas fiscales, y también, las preocupaciones por cómo resultarán las elecciones (donde tenemos la incertidumbre con el resultado en Neuquén el próximo domingo que muestra como una elección pequeña desde el punto de vista de la cantidad de electores casi es vivida como de vida o muerte para la reacción de los mercados el lunes próximo), sobran los motivos para que los especuladores sigan presionando a la baja los títulos de deuda argentinos.

El “poder de fuego” del BCRA

Cuando se negoció el segundo acuerdo de asistencia con el FMI, a tres meses de fracasado el primero, el staff del organismo internacional exigía libre flotación del dólar. El gobierno argentino aspiraba tener algún margen de maniobra, así que negociaron el esquema híbrido vigente: libre flotación dentro de bandas muy amplias. Hoy los valores de la zona de no intervención son $ 38,815 y 50,231. Es decir que entre el mínimo y el máximo hay 30 % de deferencia. Dentro de esos valores, el BCRA no puede vender ni comprar dólares; solo puede intervenir de manera indirecta operando a través del mercado de futuros, o a través de su política monetaria: contrayendo la base para que haya menos liquidez para volcarse a dólares, y estimulando una mayor tasa para atraer a los fondos hacia el carry trade.

El problema es que la inflación hace esperar más devaluación, y que ya en el último mes el dólar le ganó por paliza a la tasa. La suba de la cotización del dólar durante febrero fue de 4,8 %, mientras que la tasa de un plazo fijo fue de 3 % mensual. Pero ahora en marzo la cosa se pone peor: en pocos días el dólar ya subió 8 % en el segmento minorista. O sea que si la tasa no se va por las nubes, los especuladores van a perder por paliza contra el ajuste del tipo de cambio. Son señales de este tipo las que alimentaron la estampida en 2018. La tasa se queda corta como herramienta para contener la situación.

¿Qué más puede hacer el BCRA ahora? Tiene la posibilidad de vender dólares a cuenta del Tesoro. Son los que recibirá Hacienda del FMI este mes (USD 10.800 millones) una parte de los cuales serán convertidos a pesos para pagar deudas en moneda nacional. Esa es la única intervención que puede hacer la autoridad monetaria mientras que el dólar no supere la banda superior. El problema es que podría ser poco frente al vendabal dolarizador.

¿Cuántos fondos hay para dolarizarse? Si tomáramos solo los que se “repesificaron” desde que se calmó el dólar en octubre, podríamos decir que USD 8.000 millones, que es lo que aumentaron los plazos fijos en pesos. Pero si consideramos toda la suma de depósitos del sector privado (a plazos y la vista) la suma es escalofriante: más de USD 40.000 millones.

Una vez iniciada la dinámica que estamos viendo, de que el dólar sube, son pocos los elementos que puedan ayudar para contenerlo dentro de la banda. O sea que rápidamente puede ocurrir un aumento del tipo de cambio de nada menos que 30 %. Y si llega a pasar la superior, el BCRA puede intervenir… con USD 150 millones por día. Moneditas.

Pies de barro

La ventisca internacional podría llegar a calmarse en los próximos días, y no necesariamente la cosa pase a mayores. Si el viento deja de soplar en contra, tal vez otra vez “la codicia le gane al miedo” y vuelva a reactivarse alguna bicicleta financiera, aunque con más nerviosismo y con fecha de vencimiento de acá a pocos meses.

Aun de darse este escenario favorable que encuentra muchas dificultades para concretarse, algo es clarísimo: basto una brisa para desnudar la precariedad de la estantería económica con la que el gobierno de Macri pretende dibujar un panorama de estabilidad de acá a las elecciones.

A pesar del “hambre y la sed” que Macri se muestra dispuesto a imponer para pagarle a los acreedores y de la disposición a permitir que los grandes vaciadores (especuladores y empresarios “buitre”) se lleven hasta el último dólar a costa de una hipoteca que continúan con el FMI, no alcanza para desactivar el campo minado que sigue marcando la tónica de la economía. La única manera de enfrentar este saqueo que la clase dominante está llevando a cabo, por la vía de la austeridad salvaje o del caos económico, es que la clase trabajadora intervenga de manera independiente e imponga un programa de conjunto para que la crisis la paguen los que la generaron. (LID)

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