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El “pichettazo” y el orden de los factores

Los mercados deliraron con orgásmica alegría y el capital festejó la designación como un gol de otro partido. La elección de Miguel Ángel Pichetto como candidato a vicepresidente de Mauricio Macri sonó como la más maravillosa música para los oídos de quienes mandan aquí y en el mundo.

14 de junio de 2019

La Argentina es el país en el que todo cambia a cada minuto y diez años después no cambió nada. La movida de Macri -tanto como la de Cristina Kirchner cuando eligió Alberto Fernández- se llevó adelante pensando en los mercados, en los poderes fácticos, en el establishment, en el orden y la gobernabilidad antes que en cualquier otro factor. Es más una promesa de volumen político futuro antes que de una electorabilidad presente, a excepción de lo que aporta políticamente a la costosa paz cambiaria y por decantación a no volver a detonar la economía antes del proceso electoral.

Es la política del “país normal”, excesivamente normativizado y con la soga del FMI al cuello. Si en el post-2001 todos se vieron obligados a calibrar sus decisiones en función de la calle, hacia el final del largo camino de la restauración las condiciones las ponen los de arriba. Hacia abajo queda la resiliencia de una pasiva relación de fuerzas que no modificaron radicalmente, pero que anestesiaron con éxito gracias a la colaboración de todos y todas. Ni tanto ni tan poco.

El jefe de Cambiemos liquidó en un solo acto la presunta “pureza” PRO, el relato de la decadencia de los míticos setenta años con la casa tomada, la ciencia duranbarbista del “hombre algoritmo” * y el último grito de la pospolítica. Fue a buscar al corazón del peronismo al hombre que es una patada al hígado para no pocos en el núcleo duro cambiemita. Pragmatismo de la razón y manotazo de ahogado. A falta de economía, la apuesta es a la política como contención. Sin votos, ni partido ni territorio, el presunto valor de Pichetto estaba en la capacidad de articular -con culposo secretismo- al peronismo “de los gobernadores”, pero al otro día Juan Manuel Urtubey y Roberto Lavagna acordaron una fórmula que obtura la posible transferencia. Y aún no está suficientemente valorada la oferta a la derecha de Cambiemos: José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión, una inédita competencia para la coalición oficialista, a la derecha de su pared. La elección de Pichetto es una autocrítica de hecho a la estrategia que priorizaba el “arte de ganar”, pero no garantizaba la ciencia de gobernar; ahora aseguran que tendrán potencia para un eventual segundo mandato, pero sin garantía de que pueda producirse.

La líder del kirchnerismo ya había difuminado en varios tiempos la identidad cristinista con su desplazamiento hacia una moderación que terminó de coronar con la incorporación de Sergio Massa al flamante Frente de Todos. No más guerra contra Clarín (pese a que el Grupo continua sus operaciones), no más tímidas incursiones despóticas en las cuentas corrientes de los sojeros y no más retórica contra los poderes fácticos. No queda alternativa, "extremo centro" es la consigna y ¿unidos vamos a vencer?

Si, como se aseguró en muchos lugares con cierto grado de verdad, el kirchnerismo y el macrismo fueron productos distorsionados del estallido del régimen de partidos en el 2001, las formas que adoptaron para sobrevivir y recauchutarse, este giro al centro es el punto culminante de una normalización fallida. En apariencia, estamos ante el resurgir de un bipartidismo con toques de color local, porque lo que sería la centroderecha de Cambiemos incorporó a Pichetto, con toda su xenofobia y su alucinada lucha contra un comunismo imaginario, pero que en su faceta liberal apoya la legalización del aborto y se pronuncia contra el abuso de las prisiones preventivas. Y lo que sería la centroizquierda de bajas calorías del kirchnerismo encolumnó a gran parte del progresismo, pero también anexó a Massa, que llegó a pedir al Ejército en las calles y, además, la coalición tiene demasiado papismo celeste adentro.

Vistas en perspectiva, son variantes diferentes del gran “partido del orden”, diversas propuestas para administrar la escasez y lo peor que está por venir. El talón de Aquiles de esta normalización y del supuesto bipartidismo renaciente reside en que no emerge de una derrota histórica de los sectores populares (como el que nació en la posdictadura), sino de una larga marcha de contención. La grieta no fue un invento de Durán Barba o, mejor dicho, no fue solo un invento de Durán Barba: expresó deformadamente intereses sociales en tensión que fueron contenidos, pero no anulados. La polarización sui generis de los que se pelean por el centro y, sobre todo, la ilusión del mal menor complejiza electoralmente el espacio de la extrema izquierda que amplió su unidad, pero no transforma inmediatamente las aspiraciones en realidad.

Debajo de toda la rosca intensa hay un país con la paciencia al límite y con las últimas ilusiones a depositar en una inversión de corto plazo. Arriba, un FMI que ahora financia la campaña de Macri para pasar más temprano que tarde a cobrar la abultada factura a una Argentina a la que obligará a llorar lágrimas de sangre. Haciendo equilibrio está el “extremo centro” que promete conformar a todos y todas. En el medio, mucha gente de a pie que se fue agotando de tanto esperar y que, cuando el fuego crezca, indudablemente querrá estar allí.

*M. Rodríguez y P. Touzon, La grieta desnuda, Capital Intelectual, 2019.

Por Fernando Rosso

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