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HISTORIA POLÍTICA Perón y la Federal, de la doctrina a los crímenes parapoliciales

“Perón dijo... Cada día me siento más orgulloso de la Policía Federal” (pasacalle colgado en la Avenida del Libertador en un desfile de la fuerza, 1953)

17 de mayo de 2016| Daniel Satur |

En la primera parte de esta investigación se dijo que cuando en los debates sobre la historia argentina se habla de “la derecha peronista” las referencias casi excluyentes son la burocracia sindical, el aparato duro del PJ y José López Rega como el símbolo de esa derecha actuando a vela desplegada.

En ese marco, es poco conocida la historia de la relación entre el General y los “cuadros” uniformados (sobre todo de la Policía Federal) que entre los años 40 y 70 del siglo XX le sirvieron para su proyecto político. De los cuales formó parte, justamente, “el Brujo” creador de la Triple A.

Se dijo también anteriormente que Perón, tras aparecer en la escena política en 1943 como uno de los militares que derrocaron al gobierno conservador de Ramón Castillo, se abocó a estrechar lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista. Luego del 17 de octubre de 1945, donde una masiva movilización obligó al gobierno del General Farrell a liberarlo, se convirtió en el líder de un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión de la clase obrera vía la concesión de muchas conquistas sociales y políticas, además de ser ubicada por el General en el papel de “columna vertebral” de su movimiento.

En ese contexto, los aspectos reaccionarios y represivos de los gobiernos peronistas fueron siempre intencionalmente silenciados por los propagandistas del movimiento. Sin embargo fueron esenciales en la estrategia política del líder nacionalista burgués. Él mismo estuvo detrás del diseño y puesta en práctica de métodos y sistemas de represión política hacia personas y organizaciones díscolas con el “proyecto”.

Sucesos argentinos

Dos tareas fueron fundamentales para Perón: Por un lado garantizar la mayor impunidad para sus patoteros de la Policía Federal que, durante los años 40 y 50, perseguían, secuestraban y torturaban a parte de quienes se negaban a subordinarse al “movimiento”. Ya se habló de los casos de Cipriano Reyes, de Ernesto Mario Bravo y hasta de Atahualpa Yupanki, víctimas prototípicas de esa represión secreta a manos de los herederos de Ramón L. Falcón.

Y por otro lado Perón debía adoctrinar tanto a las tropas azules como a la sociedad respecto a la unión necesaria entre represores y reprimidos, en lo que sería una deformación natural de la estrategia de la alianza de clases entre explotadores y explotados que pregona la teoría peronista. Y esa legitimación de la necesidad de la fuerza represiva del Estado se daba a través de la propaganda pensada hasta en sus detalles más secundarios.

Mientras los casos de torturas en comisarías y cotidianos arrestos arbitrarios se daban de a montones, el gobierno de Perón se esmeraba en darle a la Federal un aura de “servicio abnegado” y “amor al pueblo”.

En su emisión 495 de mayo de 1948, Sucesos Argentinos cubrió la “Fiesta de la Policía Federal”. Allí un locutor destaca la participación en la “fiesta de camaradería (…) del Presidente de la Nación, su esposa, miembros del Poder Ejecutivo y numerosa concurrencia”. El video refleja cómo “los celosos custodios de la vida y los bienes del ciudadano celebran, en estrecha comunión con el pueblo, su día de fiesta y de recordación”.

Cinco años después, la emisión 122 del Semanario Argentino celebraba “el Día de la Policía Federal Argentina”. Era 1953. La fuerza había ya dado sobradas muestras de sus brutalidades, su ilegalidad y capacidad de “servicio”. Por eso las palabras del noticiero estatal tienen una lectura precisa.

“En el Día de la Policía Federal Argentina, el presidente de la república, el General Juan Perón, acompañado por el ministro de Interior y Justicia y el jefe de Policía, revista a las fuerzas policiales que desfilarán poco después”. Así se presentaba la “noticia”.

Y proseguía con consideraciones tales como que el pueblo asistía a la fiesta para demostrar “su solidaridad y simpatía con los integrantes de la fuerza policial”; o que “en medio de la adhesión y le emoción popular, reciben sendos premios el oficial Manuel Antonio González (medalla de oro Presidente de la Nación Argentina General de Ejército Juan Perón) y el cabo Gaspar Minci (medalla de oro Eva Perón) por actos meritorios al servicio de la Patria y la sociedad”.

Pero quizás lo más notorio sea cómo se transmitía la voluntad de Perón de darle cada vez más poder a la fuerza represiva. “La sensación de poderío, organización y modernismo que el público aprecia y aplaude” no dejaría lugar a dudas de lo que se decía.

“La Policía Federal, cuyo material humano es inapreciable por su aptitud y espíritu de sacrificio muestra así mismo la calidad de su material técnico rodante. Una flota automor moderna y perfectamente equipada; un servicio de comunicaciones que permite por medios propios la intercomunicación de la Capital con cualquier punto del interior en contados segundos; y otros elementos incorporados recientemente por especial determinación del Presidente Perón, hacen de la policía argentina la mejor equipada del mundo”. Aparentemente nadie dudaba de esas apreciaciones.

Por último esa perla de la cinematografía peronista destacaba que “la celebración del Día de la Policía Federal Argentina encuentra unidos, indisolublemente, a pueblo y policía. La fuerza guardiana del orden del pueblo y para el pueblo recibe así una nueva muestra de afecto en presencia del Presidente Perón, quien preconiza la unidad de ideales e intereses del hombre del pueblo y del policía, orientados hacia los grandes fines de la nacionalidad como expresión de la fraterna solidaridad que impera en la nueva Argentina”.

Ese mismo año 1953 otro audiovisual del estilo del anterior daba publicidad a la ceremonia de juramento de “la 14° promoción del cuerpo de aspirantes de la Agrupación Escuela”. Y como para cerrar el círculo reaccionario, parte de la ceremonia era nada menos que “una solemne misa de campaña” en la que “se pide la protección del Altísimo”.

Desensillar hasta que aclare

El golpe militar, gorila y antipopular contra Perón de septiembre de 1955 le traspasaría la Federal completa a un nuevo gobierno. Sacando contadas excepciones el conjunto del personal hizo honor a la “lealtad”... al poder de turno.

Casi todos los agentes y comisarios siguieron su “carrera” sin problemas. Incluyendo a un oficial que trabajaba en la Comisaría 37° de la Capital, al que le gustaba el arte y las ciencias ocultas y quien dos décadas después estaría nuevamente al servicio de la tortura y la persecución política: José López Rega.

Durante los años de exilio de Perón en España la Federal siguió torturando, siguió persiguiendo y encarcelando a luchadores obreros, sindicalistas opositores a la burocracia y militantes políticos, sobre todo de la izquierda revolucionaria y de la resistencia peronista. Desde Frondizi hasta Lastiri, pasando por Illia, Onganía y Lanusse, no hubo presidente que no se esforzara por darle a la Federal la jerarquía y el rol histórico preciso de controlar de forma suprema a la población activa y movilizada.

Por eso cuando volvió Perón en 1973, y con él López Rega y un conjunto de políticas destinadas primero a contener y luego, ante su fracaso, reventar el proceso revolucionario que había surgido cinco años antes con el Cordobazo y no paraba, la Federal estaba más que presta para seguir “sirviendo a la comunidad”. El viejo General durante años había oscilado entre apoyarse sobre los sectores más radicalizados y los más ortodoxos, según el momento político que atravesaba. Pero como era previsible se terminó decidiendo por los segundos luego de su retorno a la presidencia.

Los jefes y caciques más conspicuos de la Federal habían tenido carreras irregulares dentro de la fuerza, sin embargo al momento de ser convocados por el tercer gobierno de Perón para brindar servicios, todos asumieron el pacto con la misma determinación con la que unos veinte años antes habían agresado de la Escuela de Cadetes Ramón L. Falcón.

El Somatén argentino

Su exilio en España a Perón le renovó algunas ideas. Tras largos años observando a la distancia la realidad argentina y tras múltiples charlas con líderes de la derecha peronista y con su secretario privado, el viejo General concluyó que había que trasladar a su país la experiencia del Somatén, el cuerpo parapolicial creado por el franquismo tras la Guerra Civil Española.

Y para eso se debía apelar a los más experimentados. A los fines de esta nota alcanza con nombrar a cuatro de ellos, tres de los cuales fueron las máximas figuras de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Al frente del más sangriento grupo parapolicial conocido hasta entonces, que se había criado en las entrañas de aquella “policía peronista” de los 40 y 50, estaban el mismo López Rega, Juan Ramón Morales y Alberto Villar.

El cuarto hombre es Jorge Osinde, quien desde 1973 trabajaba para López Rega en el Ministerio de Bienestar Social. Este último sería fundamental para reclutar a la resaca de la Federal y armar una tropa de sicarios financiados y amparados desde el Estado. Los otros serían la neurona planificadora y el brazo ejecutor del plan de exterminio de activistas y militantes de izquierda.

Los cuatro habían nacido a la vida policial de la mano de la escuela Falcón y del gobierno de Juan Perón. Con diferentes rumbos en la década del 60 y principios de los 70 (por ejemplo López Rega dejó el uniforme de Policía en el 63 y comenzó su periplo hasta terminar siendo el secretario privado de Perón; y Morales fue expulsado de la fuerza en el 69 por varios casos de contrabando, robos y corrupción), todos volvieron a juntarse en las postrimerías de la dictadura.

Incluso algunos lo harían con honores y todo. El mismo López Rega se volvió a calzar el uniforme de la Federal en mayo de 1974, cuando por decreto 1350 firmado por el presidente Perón, el cabo que había desertado en 1962 era ascendido a comisario general, subiendo doce grados en un solo día.

Último acto de servicio

López Rega, Villar, Morales y, sobre todo, Osinde cumplirían un rol destacado en la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando con motivo del regreso de Perón al país se organizó un evento de recibida. La derecha peronista, de la que la patota de “El Brujo” era un exponente oficial, tiroteó de forma brutal a la concurrencia, plagada de personas que habían ido a recibir a Perón, en su mayoría referenciados en Montoneros, dejando un saldo de casi un centenar de muertos.

Pero sin dudas fue desde el tercer subsuelo del Ministerio de Bienestar Social desde donde saldrían los planes criminales más audaces de la Triple A. Con células independientes que actuaban de forma itinerante y a las que solo podían centralizar López Rega y Villar, la organización asesinó entre noviembre de 1973 y marzo de 1976 (cuando se integran a los grupos de tareas de la dictadura) a más de dos mil luchadores y activistas obreros, estudiantiles y profesionales, tanto del peronismo como del clasismo y la izquierda revolucionaria.

No es un dato menos recordar que la policía Federal, junto con el resto de las fuerzas provinciales, tuvo un rol central en la realización de los operativos clandestinos. Siempre los secuestros y asesinatos se realizaban en “zonas liberadas”, dándole vía libre a las bandas armadas.

Si bien su bunker central estaba en el edificio histórico de la Avenida 9 de Julio, la patota de elite solía pasar horas, entre atentado y atentado, en los jardines de la Quinta de Olivos, rodeando todos al viejo presidente.

Sin lugar para la teoría del “entorno”

La historia que pretendió “oficializar” gran parte del peronismo progresista es que al viejo líder le jugó una muy mala pasada “el entorno”, donde desde la misma Isabel y López Rega hasta los popes de la CGT serían algo así como los “condicionantes” del viejo General que tantos buenos pasares le había dado al pueblo trabajador.

Sin embargo, los hechos históricos muestran una faceta un poco menos digerible para el paladar Nac&Pop de las políticas “policiales” y represivas del peronismo en el poder.

Como documenta y desarrolla el periodista Rolando Barbano en Sangre Azul. Historia criminal de la Policía Federal Argentina (Planeta 2015) , la historia criminal de la Policía Federal se nutre de miles y miles de epidodios que exceden, ampliamente, a la expiencia que esa fuerza vivió durante los años en los que su jefe máximo fue Juan Domingo Perón. Pero tan cierto como eso es que el líder del movimiento justicialista se sirvió de esa historia criminal para darle a la Federal una orientación específica, sin despojarla de sus peores métodos y, por el contrario, dotándola de aún más poder de fuego.

Los criminales, de uniforme o de civil, que integraron las bandas de la Triple A se fundieron casi naturalmente en los grupos de tareas de la dictadura. Después se reconvirtieron, casi naturalmente, en agentes de la Policía “democrática” durante los 80, 90 y 2000. Algunos de ellos siguen cumpliendo servicio, cobran buenos sueldos y hasta consiguieron muchos ascensos en estas décadas. Y a casi ninguno de ellos la Justicia les pidió explicaciones por los hechos del pasado.

Mucho menos a sus antiguos superiores, algunos de los cuales siguen vivos y hasta formando parte de las estructuras políticas tradicionales. El Partido Justicialista, lógicamente, entre ellos.

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