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Kirchnerismo y quiasmo: A propósito del debate de los intelectuales

Quiasmo es la figura de la retórica de la que me gustaría servirme para definir los términos del debate intelectual del momento. La aparición del grupo Plataforma 2012 y su retruécano Argumentos, completa el arcoíris político iniciado por Carta Abierta en aquel lejano 2008 cuando el embate de la burguesía agraria arreciaba y parecía no dejar de la experiencia kirchnerista más que un puñado de lejanos recuerdos.

7 de febrero de 2012| Jorge Orovitz Sanmartino |

Mientras que los integrantes de Carta Abierta han puesto el énfasis en las medidas progresistas del gobierno como la asignación universal, la ley de medios, la nacionalización de las AFJP y otras, reconociendo sus puntos ciegos, pero subestimándolos al colocarlos bajo la etiqueta de “lo que todavía falta”, sus oponentes de Plataforma consideran que esas medidas si no son una pantalla o un engaño son como mínimo una subordinada del modelo en cuestión. Respondiendo en espejo, hacen énfasis en las malas políticas que son constitutivas del modelo, la minería a cielo abierto, la expansión ilimitada y dañina de la soja, la política petrolera o la alianza con los gobernadores, aunque reconocen, ante los micrófonos de periodistas radiales y televisivos, algunas de las medidas progresistas del gobierno. Pero así como en las matemáticas la suma de cualquier número por grande que sea nunca alcanza al infinito, aquí la sumatoria de lo que nos gusta o de lo que no nos gusta jamás alcanza a darnos una caracterización totalizante del proceso político. Lo que parece faltar o por lo menos lo que no está suficientemente explicitado en el debate, es una estructura teórica de análisis que les de a las magnitudes cuantitativas en disputa una dimensión sustancial. Se puede comenzar, como en el método inductivo, de lo particular a lo universal, pero en algún punto del trayecto debemos emprender el camino opuesto, avanzando de lo general a lo particular, por el sendero deductivo. Para expresar de la manera más gráfica posible esta oposición de énfasis me gustaría servirme, como ya dije, de algunas figuras de la retórica, en primer lugar del quiasmo. Esta figura consiste en intercambiar dos ideas paralelas y opuestas que se repiten. El intercambio de palabras da como resultado un sentido opuesto y simétrico, creando una sensación de asombro. Se trata de una oposición cruzada por diagonales, de ahí su nombre. John F. Kennedy decía: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”. Marx, un fanático de quiasmos y retruécanos, decía en algún pasaje que había que “pasar de las armas de la crítica a la crítica de las armas”. Bajo la inspiración secreta de esta figura Carta Abierta nos dice “Es un gobierno de transformación, a pesar de lo que falta”, mientras que Plataforma completa: “A pesar de alguna transformación lo que falta es lo propio del gobierno”. ¡Es el campeonato nacional que las corrientes progresistas y de izquierda estamos jugando desde hace años! El quiasmo, como figura expresiva parece ser la verdad del kirchnerismo, o para decirlo de otra manera, la verdad del kirchnerismo adopta la forma literaria del quiasmo.

El intelectual como político

Los intelectuales y artistas reunidos en Carta Abierta no son, como lo sugirió Plataforma, voceros del gobierno. Al revés, en ocasiones fueron ellos los que le han dado voz a un gobierno que la había perdido. En vez de ser muñecos gesticuladores de una voz ventrílocua han sido artífices de la palabra. Destituyentes, esa palabra-consigna de lucha fue la primera de una serie de metáforas que establecieron un nuevo campo de disputa en oposición al antagonismo que algunos medios masivos de comunicación y las entidades agrarias había establecido entre democracia o crispación o entre consenso y autoritarismo. Ellos han dado densidad y visibilidad a un determinado punto de vista y, en aquella crisis, fueron además originales, adquiriendo presencia y reconocimiento en el debate nacional. En 2008 decidieron no sólo apoyar las retenciones móviles frente al paro agrario sino, muy distinto y mucho más, constituir un bloque intelectual al interior del gobierno. Si la voz del pensador muchas veces es solitaria, también procura alcanzar a las grandes mayorías y fusionarse con el movimiento real. Esa era, pensaban, su tarea y creían que la forma de lograrlo era no ya apoyando tal o cual medida positiva sino dando proyección e imaginario liberador a la administración kirchnerista. Después de navegar en el desierto, de machacar en el vacío, el grupo fundador, forjado en la intersección de la izquierda marxista y la tradición nacional popular, sintió que se reencontraba con el pueblo bajo el signo de un gobierno que había recogido quizá la más sensible de las exigencias, la del juicio y castigo por el genocidio de la dictadura, y se reencontraba con el lenguaje y el calor de las grandes mayorías. Nada sería igual al peronismo de antaño, y si no valía esperar ingenuamente la repetición del período heroico de tiempos pasados, había que reconocer que ahora el fantasma del pueblo humillado y ofendido cobraba cuerpo en otra representación, aggiornada, laicizada, descafeinada, pero así era en parte el tiempo del presente. Se trataba, por lo tanto, de intervenir allí, empalmar con el flujo de la historia para desde aquella porosidad del movimiento popular, darle densidad y contenido. Estaban en presencia, y después de la crisis con el campo ya no cabía dudas, de un gobierno en disputa, de un campo abierto de lucha del que ya no se podía huir y al que no había derecho de abandonar.

El núcleo de este agrupamiento compartía, desde su tribuna en la revista Confines, la misión del intelectual heredada por la perspectiva marxista, aquella que le dice la verdad en la cara al poder y encuentra, en el más mínimo resquicio de la normalización estatal, el síntoma de la muerte. O acaso no habían fatigado suficiente los textos frankfurtianos de la que pretendían rescatar aquella lección de indicaba que el mejor lugar del intelectual era, como lo había dicho con todas las letras Theodor Adorno, el lugar del exilio permanente, aquel que impide estancarse cuando uno se detiene a descansar, incapaz de conservar el reposo, agitado por los peores fantasmas y feliz en la infelicidad del eterno desplazado, el judío errante, condición inigualable para no dejarse atrapar por las comodidades del poder. “Morar -decía el autor de Mínima Moralia-, es ahora imposible”. ¿No habían insistido antaño que la comodidad de la academia podía ser un asiento conservador para el pensamiento crítico que ellos profesaban y por ello hicieron del ensayo su templo cotidiano contra el mundo universitario que, a veces exageradamente, le endilgaron ser el cuartel general del positivismo y el cientificismo? Se suponía que pensar políticamente era, sobre todo, pensar en los márgenes, sentirse, como Walter Benjamin, a contrapelo de la historia o, como Ezequiel Martínez Estrada, como un proscripto, un disidente, con los recursos de la ironía y la sospecha. Pensar era por sobre todas las cosas deconstruir el lenguaje del Estado y desarmarlo analíticamente como un reloj en todas sus partes, combatir la idea del especialista con su jeringoza mentirosa y su neutralidad discursiva y enarbolar, antes que cualquier toma de partido, la bandera de la crítica de todo lo existente. Pero ese ideal sartreano podía servir en la oposición al régimen neoliberal, al menemismo destemplado e incluso al progresismo trucho que dio paso a la locura represiva de De La Rua. Podía ser eficaz en los márgenes de la política, cuando ella pasaba por la calle más que por el cabildo. Pero ¿qué hacer con la política cuando un giro inesperado de circunstancias coloca en la agenda una nueva “anomalía”, la de un gobierno considerado popular? Además, millones de personas festejando el bicentenario o llorando frente al cajón de Néstor Kirchner ya no podían arrastrar un veredicto equivocado. Creyeron ver que el peronismo, el de antes, aunque diferente, había regresado. La política como acto de multitudes había vuelto a la escena y ellos, forjados en las tradiciones nacional-populares no creían estar en condiciones de mantenerse a la distancia. Se había terminado en tiempo indigente, era la hora de ministerios y cargos públicos desde donde influir en la agenda nacional. No se trataba tanto de abandonar la crítica que siempre fue el fundamento del intelectual sino de equilibrarlo con la verdad que emanaba ahora del hombre común. Ser intelectual nunca implicó alzar el dedo índice o dar lecciones republicanas, como si ser un intelectual exigiera dar como Setembrini, lecciones de ciencia y filosofía a un desdichado e ignorante Castorp. Al revés, requería la sensibilidad para escuchar, desde el fondo de la historia, la voz del pueblo sin el cual nunca una idea, como decía Marx, encarnó materialidad alguna. Había llegado la hora de alinearse, de salir a la arena política. No bastaba con pensar, había que sentir. Y si, pasado el mal trago, el kirchnerismo pudo revitalizarse de la manera cuasi mística con que lo hizo, ello no podía más que confirmar, una vez más, que todas las críticas del mundo no podían ganar el boleto al paraíso que ellos mismos habían comprado cuando se volvieron, por audacia, por capacidad, por arte, artífices primarios de la palabra. No, Carta Abierta nunca fue vocera del gobierno, fue artífice y por primera vez había logrado en el seno del heterogéneo peronismo oficial, introducir algunas notas, algunos acordes sobre la igualdad, la democracia y los derechos universales, en el pentagrama oficial. Si la política es el arte de lo posible, cómo no apostar, con apoyo del matrimonio presidencial, a torcer el brazo de lo peor de la corporación justicialista, que de la combinación de una nueva juventud, (no tan maravillosa pero ¿qué hay ya de maravilloso en estos años posmenemistas?) y de lo mejor de una intelectualidad que ofrecía el lenguaje de la izquierda cultural, podía emerger un nuevo punto nodal de la historia. ¿O acaso no había ido Néstor Kirchner en persona a discutir en las escalinatas del Parque Lezama con los intelectuales demostrando después de tantos años que el palacio bajaba por primera vez al foro público a escuchar a quienes tantas críticas habían realizado a su propio gobierno en la Carta N° 1? ¿No era ese el índice indiscutible de que se trataba de un gobierno en disputa? Con el renacer kirchnerista y una segunda oleada de medidas progresistas, el optimismo fue desplazando a las dudas. No es que hayan olvidado las críticas de origen, pero alistarse tiene también sus obligaciones y el engranaje oficial nunca fue permisivo ni miró para otro lado cuando las críticas, por más tibias que fueran, alcanzaban las ventanas del palacio. Pero aquellas esperanzas de lanzar hacia adelante el tiempo histórico, de superar el pejotismo, pronto chocaron con las rocas submarinas de una realidad persistente y dolorosa, de un país rico con enormes desigualdades, un pacto reforzado con los gobernadores, un sistema fiscal regresivo, una inserción económica dependiente y un incipiente distanciamiento con el mundo laboral. Los márgenes para sostenerse en el gobierno se habían, paradójicamente, estrechado justo en el momento en que mayor poder político concentró la administración. La segunda presidencia de Cristina había nacido corrida al centro y las esperanzas de lanzar hacia el futuro el movimiento, ahora eran reducidas a una disputa más discreta, modesta, la de evitar que no desfallezcan. No pocos integrantes comenzaron a preguntarse por el límite posible de su participación. La lucha contra la derecha, la “corpo”, la “opo” y demás fantasmas en un período donde el peligro destituyente había terminado, los dejó más expuesto que nunca al peligro opuesto, el de alistarse por complacencia, acomodándose a las ventajas del poder. Si eras cuestionable el apoyo político tout court al “proyecto” en 2008, la incomodidad se multiplicó con el enorme triunfo electoral de 2011. Así, para racionalizar esta deriva, en el imaginario grupal el peligro destituyente debía ser permanente, eterno, y aparecía incluso entre los aliados de ayer. Esa fue, cada vez más, la retórica esgrimida, aunque nunca rozó, como en el discurso de algunos “kirchneristas puros”, la monserga macartista contra toda crítica y todo cuestionamiento. Cuando se recibe los favores en tantos medios de comunicación es difícil, luego, desilusionarlos. Sus palabras no tuvieron el mismo valor bajo las balas del Indoamericano, la represión a los Qom y el asesinato de (los) Ferreyra que bajo los embates del ruralismo conservador. Cuando se necesitó la potencia política de palabras claras y filosas que pusieran en evidencia la deriva minera o el Nunca Más a leyes como la “anti-terrorista”, Carta Abierta sólo las susurró con timidez, gotas de protesta en el mar de los elogios. Su función era, primera y fundamentalmente, la defensa del gobierno contra los ataques destituyentes. La lógica de “no hacerle el juego a la derecha” se impuso por su propio peso.

Lo que había que sopesar, para seguir siendo fieles a la sospecha como esencia intelectual, era la evolución de esa disputa. ¿Había el kirchnerismo desalojado al pejotismo de gobernadores y punteros a lo largo y ancho del país, para dar paso a un nuevo tipo de gobierno y a un nuevo entramado de alianzas? Es cierto que no fue la presidencia quien ordenó la represión en los casos de asesinatos políticos, pero ¿cómo modificaron esos acontecimientos la relación con los gobernadores como Insfrán, Soria o Barrionuevo? ¿Qué tipo de reacción tuvo la crisis del Indoamericano en relación a la vivienda, la toma de tierras y la judicialización de las ocupaciones? ¿Por qué motivo los proyectos de reforma fiscal, de reforma financiera, de reparto de ganancias lejos de avanzar han retrocedido? ¿En qué sentido puede denominarse “lo que falta” al resultado persistente de 8 años de política económica? Aunque la productividad discursiva puede ser altamente valorable pues construye a su vez materialidades, ella es parte, como régimen discursivo, de la globalidad de un modo y régimen de acumulación determinado.

En los años 40, con la emergencia del peronismo, a la izquierda se le abrieron pocas opciones para intervenir en la realidad nacional. O se le consideraba un fenómeno circunstancial, un desvío de la conciencia proletaria que había que superar y que la historia inexorablemente superaría, o se creía que daría paso a una nueva identidad política popular que podía servir como correa de transmisión socialista. Esta última alternativa impugnaba la idea de que izquierda y peronismo eran un “oxímoron” como lo ha dicho recientemente Pablo Alabarces que, dicho sea de paso, proviene de aquella experiencia. Su desafío, su provocación, podría ser puesta en tela de juicio por el hecho de que el peronismo nunca se definió por lo coherencia ideológica o su claridad de doctrina. Se suponía que el peronismo era la residencia de las aspiraciones populares, aspiraciones que, de una u otra forma, podrían potencialmente, en su dinámica de lucha, empalmar con el horizonte socialista. En aquella época para una gran parte de la izquierda ingresar al peronismo era la única opción de salvarse del gorilismo y evitar el ostracismo. La opción intermedia, mantenerse independiente apoyando las medidas progresivas y denunciando las reaccionarias era, en el fervor popular y la polarización clasista del momento, un equilibrio difícil de sostener. Se temía, a cada paso, caer en el sectarismo que llevaba a la oposición sistemática o en el oportunismo de asimilarse por completo a un movimiento heterogéneo y pragmático. Bajo el influjo de ciertas medidas antiimperialistas, la izquierda pudo ser parte de una causa nacional contra las fuerzas imperialistas y extraer desde allí las consecuencias anticapitalistas pertinentes. Y sobre todo, la legitimidad simbólica del peronismo para un amplio mosaico de la izquierda argentina estuvo dada por la proscripción y la persecución de la Libertadora. ¿Cómo podía abandonarse a su suerte a aquella clase social, aquel sujeto de la revolución perseguido y difamado por las fuerzas golpistas que identificaban cada acto de resistencia y sabotaje bajo la denominación de peronismo? Entre esas disyuntivas del momento la elección estaba casi cantada.

Ninguna de esas condiciones se da en la Argentina de hoy, en el sentido de hacer inflexibles o dicotómicas las opciones políticas de pertenencia. Carta Abierta sin embargo adoptó la más activa de todas las opciones, aportando su acerbo a la mitología oficial y aceptando implícitamente que el posibilismo de los pequeños horizontes era la única opción viable en las circunstancias actuales. Esta opción se fundó en la idea de que con el matrimonio se rompió la linealidad de la política normalizada, volvieron el litigio y los antagonismos. Pero el origen de este reverdecer democrático no fue puesto en el haber popular, en los acontecimientos del 2001 como punto de condensación de las resistencias sociales previas sino en mayo del 2003 y un lugar más preciso aún: el sillón de Rivadavia. Este misticismo de colocar en la potencias superiores aquello que de una u otra manera habían logrado los hombres corrientes con su propia acción ya había sido sometido a una crítica rigurosa por el propio Marx, que le dio el nombre de alienación y llamó, como primer paso de una crítica social, a invertir los términos para que el hombre pueda recuperar la conciencia de su potencia enajenada. ¿No habían sido en realidad aquellas jornadas del 2001 resultado de un movimiento de destiempo, de una irrupción magnífica y primaveral de todas las insatisfacciones e ilusiones? ¿No fueron aquellos días calurosos, con sus confusiones, mezclas heteróclitas de perspectivas disímiles, intereses egoístas y generosas entregas, la síntesis más acabada de quiebra de un tiempo indigente, de la irrupción intempestiva de otra historia y otro destino? ¿No fue el kirchnerismo una expresión de la revuelta democrática del 2001, es decir, de la anomalía argentina pero, al mismo tiempo, nacido del único partido institucional que quedó en pie y de la mano de su elenco decenal, el tiempo de cerrar la brecha, es decir, el tiempo de la normalización? Así anomalía y normalización, que aparecen como un par incompatible, pueden ser quizás las huellas dactilares del tiempo presente y fundamento del quiasmo político. Sesgar el carácter anómalo del kirchnerismo fue un aporte de Carta Abierta al acervo mitológico nacional, ocultando el carácter normalizador, con su reinserción dependiente en el mercado mundial y el reforzamiento del aparato justicialista en las provincias donde esperábamos con ansiedad que el argentinazo, un poco porteño y un poco rosarino, alcance a todos los rincones de la patria. La operación mitológica consistió en presentar una sola cara de Jano como determinante de la naturaleza política del kirchnerismo. Sólo sobre esta base puede forjarse un relato dualista entre kirchnerismo progresista y anti-kirchnerismo reaccionario, no como análisis de alguna circunstancia, por ejemplo la crisis con la burguesía agraria, sino como la naturaleza de la política posmenemista. Horacio Gonzalez ha sido un virtuoso promotor de este artificio. Al par revolución-restauración, que caracteriza a toda revolución pasiva, Horacio le amputó la restauración, asumiendo en el acto el papel de gran intelectual, pero cumpliendo un rol más próximo, para hacer una analogía, a Benedetto Croce que a Antonio Gramsci.
El político como intelectual
Plataforma agrupa a intelectuales de importancia, su lenguaje es el del manifiesto incisivo, militante. No se detiene en las sutilezas y circunloquios, en las formas del estilo, tampoco se propone componer un fresco del caso dibujando sus claroscuros, va directo al grano de lo que quiere, pum palo y a la bolsa, dejando en el camino el análisis comprensivo del grupo antagonista. Plataforma cumple con la segunda parte del quiasmo. Sin él, la realidad argentina sería incompleta, carente de perplejidades, oscura y opaca a una circunstancia social y política cada vez más visible. Aceptando el desafío lanzado por Carta Abierta, adopta su misma estrategia, dicotomizar el campo político, aunque modificando la frontera del antagonismo. ¿O no fue el mismo Gonzalez quién, interpelado en un programa televisivo, quien aceptó que la estructura dual de su lectura política no provenía tanto de un capricho del lenguaje como de una palpable y concreta realidad conflictiva? De modo que Plataforma completa el quiasmo anunciando que, a diferencia de la lectura kirchnerista, la polarización se da en otro terreno. Y me quisiera detener en su caracterización porque, en los hechos, comparto la gran mayoría de las críticas a las que apunta. Disecciona sin piedad los gruesos problemas, las direcciones equivocadas, para todo proyecto emancipador, que adoptó el kirchnerismo en material de política económica, ambiental, energética, etc., aunque es importante decirlo, con más ímpetu que pericia, incluso con más de una unilateralidad. Pero la idea de que el gobierno construye consensos porque aparenta dar cuenta de demandas sociales y reivindicaciones nacionales mientras que en realidad “afianza la persistencia de lo que aparenta cuestionar”, transforma la escena nacional en un teatro de máscaras. Lo que necesitamos es sacarle la careta. La idea de que aparentan una cosa pero hacen lo contrario sintetiza la filosofía del documento, que coloca en el poder comunicacional del kirchnerismo esa capacidad superlativa de engaño y manipulación. De este modo, diez años de hegemonía kirchnerista con un creciente consenso electoral y una minoría activa muy fuerte, son explicados mediante el recurso de la cooptación y el transfuguismo. Pero esta interpretación equivale, al mismo tiempo, y quizá esto no haya sido percibido del todo por los impulsores de Plataforma 2012, a considerar no sólo a la pulsión colectiva como estupidez o borrachera, un estado pasajero que los intelectuales, profetas de la conciencia verdadera, deberíamos ayudar a que el pueblo supere, sino también a entender los acontecimientos del 2001 con la levedad que muchos escépticos la han descrito, puesto que en el fondo no ha logrado más que un gobierno retórico. Entendido como gobierno del doble discurso, estaríamos habilitados a entender las medidas progresistas adoptadas como pérfidas por partida doble, puesto que su objetivo era redoblar el engaño. Plataforma asume que el gobierno actual es, para todos los fines prácticos y salvando alguna que otra medida progresista, continuidad neoliberal de los anteriores, aunque con discurso reformista. En algunos puntos como el petróleo o la minería esto es indudable, pero no de conjunto, ni en las medidas que toma, ni en su política exterior zigzagueante, ni por su lenguaje convocante ni por su origen. Es, como ya lo he desarrollado en otro capítulo, un gobierno de tipo reformista, de compromiso débil, subido al oleaje de centroizquierda cuyo epicentro fue la crisis del 2001.

La oposición frontal y sistemática, en ocasiones qualunquista, es el peligroso abismo que se angosta frente a sus pies, abismo que también puede separarlos de aquella minoría activa que simpatiza con el kirchnerismo, vital para los que aspiramos a una perspectiva crítica y emancipatoria. La mezcolanza de firmas y la danza de retiros puede ser un índice de este punto ciego, incluso si las denuncias sobre la sanción de la ley anti-terrorista, el chantaje comunicacional de los programas oficialistas, el ataque discursivo al derecho de huelga, su defensa cerrada de la minería contaminante o la persistente desigualdad social luego de 8 años de crecimiento a altas tasas, le otorgan a Plataforma un valor indiscutible. Su crítica es, claramente, desde la izquierda, pero la mecánica de su análisis es débil, fallido, puesto que no alcanza a asimilar las corrientes profundas de la sociedad argentina ni a comprender que incluso las insuficientes reformas realizadas en estos años pretenden ser barridas por corporaciones, bancos e ideólogos recalcitrantes que intuyen con razón que detrás de aquellas medidas puede oírse todavía el eco popular de la revuelta. Agradecen la normalización capitalista, saborean las ganancias, pero no es el gobierno que prefieren. Aspiran a la conformación de una oposición de derecha coherente, sólida, confiable y no la biblia y el calefón del proyecto kirchnerista, donde conviven gobernadores antediluvianos y gramscianos idealistas. Sin la comprensión de esa naturaleza y ese origen contradictorios, podemos hablar con seguridad cuando apareces hechos como los de Famatina o Mariano Ferreyra, pero estamos desarmados para entender medidas progresistas que a veces se dan como contragolpe pragmático a ciertas circunstancias.

¿No sería más productivo, intelectual y políticamente, subrayar estas contradicciones, hacer homenaje a la nueva relación de fuerzas sociales que vive nuestro país y en general el continente, indicando al mismo tiempo la doble naturaleza del proyecto en el poder? ¿No sería más productivo, repito, demostrar el carácter limitado de un proyecto de gobierno que propagandiza la lucha contra la derecha y las corporaciones pero que convive con ellas? ¿No deberíamos apuntar al hecho de que, como lo demostró la crisis del 2008, han sido las concesiones del modelo neodesarrolista los que se volvieron en dicha crisis un impedimento para el combate eficaz contra las presiones reaccionarias de la burguesía agraria; que la falta de reformas financieras y fiscales sostienen y permiten la fuga de capitales; que el mantenimiento del esquema privatizador es el que volvió al país dependiente de las importaciones de carburantes mientras los balances empresarios brillan como el oro; que es el mantenimiento de la estructura corporativa y mafiosa de las fuerzas de seguridad la que permite, incluso contra el deseo oficial, la represión y muerte de militantes pero también de jóvenes por gatillo fácil? ¿No ha llegado la hora de interpelar a esa minoría activa, a esa juventud que nació en los últimos años a la vida política plagada de sueños y utopías, a los trabajadores que sienten que su vida, aunque sea un poco, mejoró respecto a la catástrofe del 2001 para que acompañen, cada uno desde su lugar y conjuntamente, demandas populares que permitan radicalizar las medidas progresistas al mismo tiempo que se denuncian las reaccionarias? Convocarlos a unir nuestros esfuerzos contra la minería contaminante y a radicalizar las bondades de la ley de medios, a impulsar juntos la nacionalización de Repsol-YPF y repudiar los asesinatos de militantes populares a manos de policías bravas o patotas sindicales. ¿No es hora de interpelarlos, digo, ahora que la crisis mundial golpea a nuestra puerta, para que no sean por enésima vez los trabajadores los que paguen los platos rotos con un deterioro de los salarios reales; para que la lucha que ellos desean contra las corporaciones económicas y mediáticas y contra los agoreros neoliberales pueda elevarse a la altura que tamaño desafío requiere? En esta perspectiva Plataforma podría al mismo tiempo refinar su análisis, reconsiderar la naturaleza contradictoria del proceso abierto en el 2001-2003, ponerse a la vanguardia de la lucha contra la derecha conservadora (incluso la que está alojada en las propias entrañas del “proyecto” de gobierno), y ofrecer opciones, ideas, lenguajes potentes, creativos, populares, propios, independientes, que contribuyan a colocar el horizonte de la política no en los meridianos del posibilismo y los compromisos recalcitrantes, sino en el más ancho y luminoso horizonte emancipador de igualdad y genuina democracia. Un esfuerzo intelectual y político, desarrollado con la minucia del caso, abordando tema por tema, promoviendo el debate y los aportes individuales y colectivos, podría contribuir a superar el quiasmo intelectual, aceptando que las figuras paradójicas, como en la tragedia, como en la filosofía, son parte constitutiva de la historia. En la arena estrictamente política esa disyuntiva no es imposible pero es más difícil, pues la síntesis no se alimenta de paradojas sino de mitos reductivos, simplificados. Transferir esa simplificación al campo intelectual, borrando las huellas de la complejidad y los vericuetos, arriesga volverse ineficaz, estéril como contribución a la hora presente. La riqueza intelectual, si logra metabolizar las utopías con el pulso popular, con las pasiones que agitan el suebsuelo proletario, puede transformarse también en un instrumento útil para la política emancipadora, que habrá encontrado insumos nuevos para más y mejores propuestas.
El retruécano y la falsa superación: Argumentos
El agrupamiento de intelectuales nucleado alrededor de Argumentos para una mayor igualdad, nació en respuesta a Plataforma. Tomando prestado el repertorio gramsciano, Argumentos describe las contradicciones y complejidades del proceso histórico, para no caer, dicen, en la falsa dicotomía kirchnerismo – anti-kirchnerismo. Con esta intervención, ellos se han ganado un lugar en el cielo de todos los que están fastidiados del ping pong por momentos insufrible de Clarín y 6-7-8. Con Poulantzas podrían sugerir que en la actualidad el Estado y el metabolismo complejo de gobierno-sociedad civil están atravesados por la lucha de clases. ¡Y tienen razón! Hay que estudiar los procesos, las relaciones de fuerza, las clases y otros actores sociales, las fuerzas exteriores e interiores que intervienen. Sólo ese arduo diagnóstico podría contribuir a una intervención política adecuada, separando la paja del trigo, pujando por el desarrollo de los núcleos potenciales de mayor igualdad y democracia y evitando el dualismo kirchnerismo – anti-kirchnerismo. Argumentos pretende salir por arriba del laberinto, tirando del hilo de Ariadna de una más sofisticada teoría neomarxista, dando por resuelto y superado el quiasmo simétrico de Carta Abierta y Plataforma. Pero quizá se pueda poner en tela de juicio esta solución. Porque aquí ya no se trata tanto de la verdad -perdón por este abrupto esencialista-, de su texto, como de su contexto. Porque Argumentos nace como respuesta no a la ley anti-terrorista o al crimen de Mariano (o Carlos) Ferreyra o como nucleamiento de apoyo al pueblo de Famatina, para poner sólo algunos ejemplos, sino a la mismísima ¡Plataforma! Ellos aciertan sobre las contradicciones inherentes al propio Estado y a la lucha de clases que vibra al interior del peronismo, pero su manifiesto no las utiliza para socavar las tendencias reaccionarias y avivar las progresivas. No han salido a hacer causa común con aquellos que cuestionan la depredación de los recursos naturales sino a minar sus esfuerzos. No vio en Plataforma una fuerza aliada a sus exigencias de igualdad, sino un discurso injusto con la complejidad histórica…

Para servirme nuevamente de alguna figura de la retórica diría que creyendo superar el quiasmo kirchnerismo – anti-kirchnerismo, se sumerge en él como retruécano de Plataforma. El retruécano, como el quiasmo, imita el contenido simétrico y opuesto de los términos, pero además invierte las funciones sintácticas. Argumentos nos exige que pasemos de la renovada crítica del modelo a un nuevo modelo de la crítica, pero se agrupa y junta firmas no tanto por la defensa de un mensaje crítico hacia el gobierno, sino por la defensa del gobierno frente a los mensajes críticos. Pero lo fundamental aquí no son los juegos de palabras, ni siquiera la palabra como tal, sino el valor que adquieren dentro del proceso vivo. Que el Estado esté surcado por contradicciones o que la lucha de clases sea el fundamento de tal o cual institución o de tal o cual medida de gobierno, en definitiva, que los procesos sean contradictorios y complejos no sustituye la exigencia de una caracterización de conjunto del carácter del gobierno, que supere la sumatoria de medidas positivas y negativas. La carencia intelectual más relevante aquí es la falta de ella. En su documento se plantea la alternativa entre neodesarrollismo e igualitarismo, pero no se arriesga a definir cuál ha sido el curso del kirchnerismo en estos años. Igual que Carta Abierta, aspiran a zanjar el problema mediante la teoría de “lo que falta”, dando por supuesto que para llegar al paraíso sólo falta un trecho por un camino que se piensa adecuado. Se trataría de un tema de distancia y no de dirección pero, como mencionó Eduardo Gruner en una entrevista reciente, para saber si falta algo tengo que saber a dónde estoy yendo y es difícil que llegue a Mar del Plata si estoy viajando a Rosario.

Se podría considerar que es “lo que hay” en la relación de fuerzas actual y en el contexto de poca movilización social, pero se estaría disimulando así el hecho de que la normalización institucional en el 2003 tuvo como objetivo justamente dicha retracción.

De la misma manera que Carta Abierta, iluminan sólo el lado reformista del kirchnerismo, mientras ocultan su carácter restaurador. Los avances indiscutidos en materia de derechos humanos y en tantos otros temas ya mencionados no transforman per se al gobierno en un campo fértil de disputa, por lo menos en el sentido emancipatorio que pretendemos.

Un párrafo aparte merece la izquierda partidaria, que ha salido presta a criticar “a todo lo existente”. Esta vez, porque Plataforma no les parece químicamente pura, no defiende una perspectiva proletaria ni se atrinchera en el socialismo, lo que para sus voceros implica que palabras como igualdad o democracia no pueden ser más que tapaderas mal disimuladas de su… ¡defensa del capitalismo! Su verdadero motivo, tal vez, sea un temor visceral a la competencia, como la del hermanito celoso al nacimiento de un nuevo morador en el hogar. Uno de los factores de mayor crisis para un proyecto de izquierda es la carencia de vocación hegemónica, que exige disputar perspectivas en el seno de los movimientos reales, incluso en los movimientos de intelectuales, antes que montar pequeñas tolderías propias, aceptando que proyectos emancipadores son en general la confluencia de múltiples lenguajes, tradiciones, miradas y sensibilidades y en las que uno mismo puede y debe intervenir.

Lo que ha caracterizado el debate de ideas es la marginalidad llamativa de los intelectuales de la derecha vernácula. Si exceptuamos contadas excepciones, la inteligentzia liberal “republicana” ha carecido de fuerza simbólica para intervenir con ideas propias y originales. No es que carezcan medios o que no se agrupen o tengan tribuna en cantidad de publicaciones, tampoco que haya buenas plumas entre sus filas. Pero uno de los síntomas de época es la retirada intelectual de las ideas conservadoras y privatistas que se habían ganado cartel durante los años 90. La puesta en duda de todos aquellos valores civilizatorios que la crisis mundial ha puesto en juego y que se habían transformado en certezas incuestionables, en hábitos mentales que parecían propios de la naturaleza de las cosas, reforzadas por el derrumbe de los ideales socialistas y de cualquier horizonte de cambio social, ven moverse la tierra bajo sus pies. ¡Todo lo sólido se desvanece en el aire! En cambio, la fuerza renovada de las ideas igualitaristas, anti-capitalistas, democráticas han estado creciendo en los últimos años, no solo en América latina sino también en el mundo árabe y en Europa. El síntoma anticipatorio de este reverdecer fue sin dudas el movimiento nacido en Seattle en 1999 que se extendió y se institucionalizó luego en el Foro Social Mundial. Pero desde aquella época lo nuevo ha sido la recuperación del debate estratégico, puesto que estuvo en juego el problema del poder en diversos países. Frente a este nuevo escenario los intelectuales han hecho bien en reformular el rol preponderantemente detractor que han tenido como críticos implacables de una realidad alienada y alienante, para reconsiderar, quizá bajo una inspiración más próxima a Cicerón que a Sócrates, su nuevo papel ante un nuevo ciclo político. Para aquellos que no aceptan abandonarse a la indiferencia ni pretenden refugiarse en la neutralidad del especialista, mirando con desdén, desprecio o asombro el nuevo período histórico, para aquellos que dignifican su calidad de intelectuales alzando su voz e interviniendo en los asuntos públicos, acechan dos grandes peligros: el de mantenerse incólumes en los principios y las doctrinas propias, ajenas e impermeables a las pasiones colectivas, a la riqueza de la formas y contornos de la realidad social y política, a las nuevas identidades emergentes; o el de abandonarse sin contrapesos al calor popular, olvidando su rol indispensable como crítico implacable y factor perturbador del sentido común, una piedra en el zapato de las dicotomías fáciles y engañosas, de las formulas tranquilizadoras y los clisés estereotipados que tan buenos beneficios brindan a los dueños del poder.

Jorge Orovitz Sanmartino es integrante del EDI (Economistas de Izquierda) y de la Asociación Gramsciana, electo integrante de la Junta Comunal N° 7.

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Libros: Orden, Represión y Muerte

Orden, Represión y muerte

Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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