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La muerte de Alfonsín y el sueño del bipartidismo de la vieja política

Mucho se dijo, escuchó y escribió tras la muerte de Raúl Alfonsín. Lo cierto es que una multitud despidió los restos del ex presidente y fueron trazados balances de todo tipo respecto de su figura y su trayectoria. Hacia el futuro, flotando en el ambiente, apareció el viejo sueño del bipartidismo quebrado por el estallido de 2001, la caída de la Alianza, la crisis del neoliberalismo local y la fragmentación política.

6 de abril de 2009| copenoa |

“Alfonsín creía profundamente en el sistema de partidos y estaba enojado con la democracia de candidatos, y por eso seguía su lucha, tratando de contribuir a la reconstrucción del partido”; “Se enojaba con quienes, en la actualidad hacen política desde la antipolítica, y han tendido algún éxito en la destrucción de los partidos. (…) Todos los países que han alcanzado el progreso en democracia, gozan de un sistema de partidos fuertes” dijo en la última despedida Leopoldo Moreau, una de “esas” figuras que, junto a la de Carlos Ruckauf y Enrique Nosiglia por mencionar algunos ejemplos, tuvieron rutilancia mediática como hacía tiempo no ocurría. Todos hablaron de “consensos”. El discurso de Antonio Cafiero fue en la misma sintonía: como representante del “otro” partido, el Justicialista, mostró sus simpáticas chicanas pero todo pareció quedar entre amigos y no solo porque se tratara de la última despedida del líder radical.

La debacle institucional de diciembre de 2001, al calor del “que se vayan todos” había puesto en jaque la vieja idea de la que Alfonsín y Cafiero fueron, a su modo, defensores: un sistema bipartidario de alternancia, con matices, pero asegurador de la gobernabilidad. Eso fue a buscar más tarde a Olivos, el ex presidente hoy fallecido, cuando habilitó la reelección de Carlos Menem asegurándose un senador por provincia para la segunda fuerza, el radicalismo de entonces y en varios tramos de la historia reciente. La muerte de Alfonsín, la movilización acompañando los restos, las banderas desenrolladas luego de más de una década, parecieron meter a la actualidad en el túnel del tiempo.

Pero, lejos de ser una propuesta del pasado, la idea de dos espacios políticos fuertes fue también aspiración manifiesta del matrimonio Kirchner: uno de centroizquierda y otro opositor, de centroderecha. La supuesta versión de kirchnerismo parlamentarista que venía a ofrecer Cristina, se trastocó luego del duro conflicto con las patronales agrarias. Aquella noche en la que Julio Cobos, típico radical de partido, dio un firme paso para atrás y votó en contra de la retenciones a las ganancias extraordinarias de la soja. El rol deliberativo que quedó vacío fue ocupado por los legisladores radicales, a quienes hasta parece calzarles mejor en tiempos de “consensos”, como repitieron envalentonados estos días entre las banderas rojiblancas. Concertación, transversalidad o lo que sea que los Kirchner venían a inventar, lo cierto es que el PJ sigue siendo, aunque no todo, su principal base de apoyo.

Las “nuevas” opciones políticas opositoras con posibilidades -hijas por centroderecha de la fragmentación post 2001- irán a las próximas elecciones aliadas a la UCR o a un sector del PJ, únicas estructuras electorales con desarrollo nacional. Sus agitadas visiones postmodernas de la política no logran articular mayor peso territorial. La asimilación de nuevos espacios políticos por parte del PJ ya había ocurrido en otro contexto con el FREPASO, proceso que con un menemismo desgastándose revitalizó a la UCR y llevó nada menos que a Fernando De la Rua, integrante del ala más conservadora de un partido conservador, al gobierno nacional.

Tras aquel final de cacerolazos, saqueos y represión; tras algunas jugarretas de los gobernadores con Rodríguez Saá, la llegada de Eduardo Duhalde al gobierno fue producto de acuerdo entre el PJ de los gobernadores y el propio Alfonsín. La gobernabilidad posible para la clase política nació, aun en marcos de una crisis de las estructuras políticas tradicionales, de un acuerdo entre los hombres más fuertes de la UCR y el PJ respectivamente. El empeño puesto por el caudillo lomense en asegurar estabilidad institucional lo llevó a ordenar correr piqueteros a los tiros por las calles de Avellaneda. La cacería debilitó y ralentó nuevamente la estructura bipartidaria soñada. Esa que asegura gobernabilidad en la desigualdad y consensos favorables siempre a los sectores dominantes.

Y llegó Néstor Kirchner al gobierno. Leyendo mejor la crisis, el pingüino despotricó contra la vieja política. Rápido, consiguió estabilidad y crecimiento económico, altas tasas de ganancia y consumo más contención de la demanda social y desmovilización de los sectores populares. No sin amplísimos matices en ambos casos y contextos, retomando lo hecho por Alfonsín, en términos de impulsar avances de la justicia respecto del genocidio de la última dictadura militar, ganó apoyos progresistas, pero, al fin y al cabo, puso mayor empeño en obstruir los avances populares que en dinamizarlos y hoy, excepto singulares excepciones, no cuenta con alianzas de peso del centro a la izquierda. A diferencia de otros gobiernos de la región con los que en principio comparte visiones y aspiraciones, y que basaron su acumulación de poder en despegarse, enfrentar y reemplezar a esos viejos partidos y estructuras volcadas al sostén del neoliberalismo, el kirchnerismo eligió revitalizarlos.

Mientras, la “pelea” de la sociedad con los viejos cuadros de los partidos fue quedando atrás y todas las estructuras de la “vieja política” fueron recomponiéndose en buena forma. La muchedumbre despidiendo a Alfonsín demuestra eso. Solo parecen faltar los partidos como tales, los dos partidos, los de siempre. A 25 años de una democracia incapaz de distribuir de forma más igualitaria las ganancias, la estabilidad política aparece como clave frente a las próximas elecciones, que definirán las mayorías en el parlamento y sobre todo a la hora de contener posibles coletazos sociales de cara a la crisis que comienza a hacerse sentir. Con UCR y PJ fuertes, los equilibrios están virtualmente asegurados para la clase política. Con ellos, no hay ni habrá en el horizonte una propuesta que responda a los intereses populares.

Por Prensa de Frente

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