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Los “terroristas”: nuevo discurso represivo de Cambiemos y la gran corporación mediática

Fuego y gases, corridas. Enormes robocops sentados en motos, también enormes. Y zócalos televisivos casi calcados: “incidentes tras la marcha”. El zapping se volvió tarea inútil. La noche del viernes funcionó como una verdadera cadena nacional del atemorizamiento, en una suerte de acción mancomunada de la gran corporación mediática afín al oficialismo.

5 de septiembre de 2017| Eduardo Castilla |

Como si Guy Debord hubiera sido leído en las oficinas de la AFI, un verdadero espectáculo fue montado para ser transmitido casi sin cortes. La finalidad resultaba obvia antes de que el primer policía infiltrando lanzara la primera piedra: desacreditar la masiva movilización que había tenido lugar horas antes, por la aparición de Santiago Maldonado.

Los llamados incidentes fueron, sabemos, la coronación de algo que se venía preparando de antemano. Habían sido copiosamente anunciados. Horas antes de la masiva marcha en Plaza de Mayo, un nuevo “atentado” ocurría en Neuquén. Como no podía ser de otra manera, sus autores eran “mapuches radicalizados”.

La palabra “terrorista” ha vuelto a entrar en circulación en amplia escala. No se trata de los viejos genocidas, muchos de ellos aun impunes, que dirigieron el terrorismo de Estado entre 1976 y 1983. Tampoco de los empresarios, jueces, dirigentes sindicales burocráticos o intendentes (radicales o peronistas) que los acompañaron en ese genocidio de clase.

No, los “terroristas” son los mapuches. O los que marchan pidiendo por la aparición de Santiago Maldonado. O solo los que manifiestan. Los “terroristas”, según el nuevo lenguaje oficial construido por Gobierno y medios afines, son todos aquellos que, potencialmente, pueden reclamar. Los “incidentes” pueden ocurrir en cualquier movilización o protesta.

Voceros de la mentira

La noche del domingo encontró a un eufórico Alfredo Leuco ensayando un remake del lenguaje de los genocidas. “Nos han declarado la guerra”, tituló su editorial.

¿Quiénes la han declarado? ¿Hacia quién? Los “grupos ultra minoritarios” a quienes “somos la esperanza”. En ese dualismo, cual cuento de niños, hay buenos y malos. “Votos o bombas molotov”, fue el epigrama simplificador del conductor.

La mecánica política de la exclusión, de quien se define en situación de guerra, fue el discurso de los genocidas. Quienes torturaron, secuestraron y desaparecieron a decenas de miles de compañeros pidieron ser considerados “héroes de la guerra antisubversiva”. Precisamente por eso exigieron –y aun lo hacen- no ser juzgados.

El refrito discursivo de Leuco –para nada diferente al de un Lanata o un Morales Solá- intenta funcionar como escudo mediático del Gobierno macrista.

En el terreno electoral, sirve a la polarización con un kirchnerismo que es cualquier cosa menos una oposición dura a Cambiemos. En el terreno social su objetivo apunta a la estigmatización de la protesta social. Si no se está con ese nosotros que incluye a los Leuco, se es parte de los que quieren “la Argentina del caos”.

Recordemos, a riesgo de aburrir, que fue en nombre de enfrentar “el caos” y “disgregación” que los militares ejecutaron el golpe una madrugada de marzo, hace ya 41 años y más.

En el caso de Leuco, la ironía del asunto reside en que habla desde una de las corporaciones que más algarabía evidenció con la llegada del llamado Proceso de Reorganización Nacional.

“Violencia política”, políticamente construida”

La operación político-ideológica de demonización hacia la protesta social se funda en la supuesta existencia de un “clima de violencia política”. Los hechos sobre los que se construye ésta se unen solo en el relato gubernamental. Agreguemos que, en la enorme mayoría de los casos, llevan la firma de los servicios de Inteligencia del Estado, ese submundo que persiste con “populistas” o “republicanos”.

Hechos inconexos son amalgamados para construir ese discurso, luego reproducido y ampliado al infinito por la corporación mediática oficialista. La finalidad es acusar a quienes toman las calles como medida de protesta.

Este lunes, a medida que corrían las horas, quedaba en evidencia al armado de la represión que tuvo lugar el viernes. Personas detenidas comiendo una pizza a cuadras de Plaza de Mayo; fotógrafos y periodistas golpeados y amenazados; policías de civil infiltrados en la movilización.

La operación -armada conjuntamente entre oficialismo, Justicia y grandes medios de comunicación- tuvo por finalidad ocluir la importancia de la movilización.

Sin embargo, existe un creciente clima de violencia que es construido desde el Gobierno nacional. Tiene como protagonistas esenciales a los integrantes de las diversas fuerzas represivas, con la venia de franjas del llamado Partido Judicial.

Hace menos de una semana, la Policía de Córdoba protagonizó 11 allanamientos contra locales de organizaciones sociales y políticas, entre ellas el Frente de Izquierda, pocos días antes.

En la provincia del peronista Schiaretti, el fiscal Gustavo Dalma lanzó a la fuerza implicada en el gatillo fácil y los negocios narcos a protagonizar otra remake. En este caso, una de 1974, cuando bajo la intervención del peronista brigadier Lacabanne, fueron allanadas múltiples sedes partidarias. Eran los días de la Triple A y el Comando Libertadores de América.

Lo ocurrido en Córdoba no resulta ajeno al clima nacional que impone Cambiemos. La prepotencia policial y judicial es avalada por el relato gubernamental. Tiene hoy un sólido punto de apoyo en el discurso de impunidad hacia Gendarmería que presenta la cúpula del Ministerio de Seguridad nacional.

Ese mismo discurso de impunidad y encubrimiento da el aval a acciones policiales contra jóvenes estudiantes secundarios. La semana previa dio ejemplos de esa prepotencia de los llamados “servidores del orden”, tanto en un colegio de Moreno como en otro de la Ciudad de Buenos Aires, por solo citar dos ejemplos.

El discurso del terrorismo y la agenda de la CEOcracia

En la agenda de Cambiemos conviven, desde hace tiempo, dos programas. El primero es que se implementa en términos reales, el llamado “gradualismo” impuesto por la relación de fuerzas social, que tiene su expresión electoral.

Junto a ese programa convive el proyecto estratégico de Cambiemos, que apunta a hacer un país viable en términos de las fracciones de clase a la que responde el oficialismo. Una perspectiva que implica imponer nuevas condiciones de explotación sobre la clase trabajadora al tiempo que reconfigurar el mapa social de la misma clase capitalista, barriendo con los sectores “no competitivos”.

La construcción y recreación de un discurso de estigmatización política y social debe verse en ese contexto. No es un futuro idílico el que aguarda a la gestión Cambiemos. El tiempo hasta octubre puede ser un breve interludio antes de tensiones sociales más agudas.

Las armas que hoy se usan contra organizaciones sociales o contra el pueblo mapuche, pronto se enderezarán contra los trabajadores que se propongan luchar en defensa de sus puestos de trabajo y contra otros ataques empresariales.

Precisamente por eso se hace imperioso enfrentar y denunciar este discurso reaccionario.

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Diario de la criminalización de la protesta social en Salta - Marco Diaz Muñoz

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