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Macri y el país dividido por la felicidad

Luego de los diez días que conmovieron a Macri, el presidente realizó una conferencia de prensa e hizo renacer la grieta.

4 de mayo de 2016| Fernando Rosso |

El presidente Mauricio Macri salió finalmente a responder a los reveses políticos que sufrió en estos días con la media sanción de la llamada “ley antidespidos” y la multitudinaria movilización sindical del 29A.

La respuesta, realizada mediante una conferencia de prensa en Casa Rosada, fue un espejo de la metodología del kirchnerismo tardío.

Frente a la pregunta sobre la “ley antidespidos” -uno de los temas candentes de la coyuntura-, el presidente redujo la controversia a un problema del kirchnerismo.
“Invito a Sergio Massa y al resto de los dirigentes a que no acompañemos al kirchnerismo en esta propuesta”, exigió Macri.

Luego explicó el presunto obstáculo terrible que significa una limitada ley que pondría freno parcial a los despidos y que, según su peculiar visión, atenta contra el trabajo “de calidad”. Parece que el trabajo “de calidad” es aquel que permite al empresario tener vía libre para el despido. La calidad del trabajo está garantizada por la facilidad del despido.

Para complementar retomó el relato de manual de autoayuda tan gastado durante la campaña electoral: “el gobierno promueve el diálogo y el debate”; “creo en ustedes, los argentinos, por eso estoy acá”; afirmó Macri mirando a cámara como en un spot de campaña con delay de cinco meses.

En este punto, como en el de la inflación, Macri confunde la “grieta” con la fractura social; la (contra)batalla cultural con las tensiones reales que provocan las medidas económicas en la cotidianeidad de los trabajadores; la realidad con los relatos.

No tan distintos

Esta metodología para responder a las crisis políticas o a las situaciones adversas no es muy diferente a la que aplicaba Cristina Fernández. Negar la realidad de los problemas sociales (y hasta dibujar los números) y cargar las responsabilidades sobre el enemigo a medida. Todo acompañado por una buena dosis de narrativa propia.

La bandera de la ley contra los despidos es tomada por la oposición tradicional como un movimiento político preventivo para contener el malestar social que genera el plan de ajuste. La movilización masiva del 29A fue su expresión sindical. Para unos se trata de parlamentarizar cualquier tendencia a la acción directa; para los otros, de movilizar a los muchos encuadrados que tiene el aparato sindical argentino, para evitar la lucha, es decir, esquivar la huelga.

Pero más allá de estas características, cualquiera de estas expresiones en la superestructura son de naturaleza muy diferente a las batallas culturales del kirchnerismo, cuyo modelo fue la guerra santa contra Clarín y la “ley de medios” que el macrismo derribó sin despeinarse el jopo.

Con la escalada inflacionaria, Macri tuvo una respuesta similar: la necesidad del sinceramiento para superar la pesada herencia. Todos los índices conocidos en estos días (Elypsis, Estudio Bein y CGT) pronostican una inflación arriba del 40 % interanual, con abril como mes récord de los últimos 14 años. En paralelo, un fanático de los aumentos, Juan José Aranguren, volvió a anunciar una suba de las naftas que “derrama” sobre toda la economía.

La cuestión es que los “precios sinceros” arruinan el salario de la mayoría de la población y eso hace crecer el malestar y la bronca. Sobre todo, cuando la misma “sinceridad” aumentó sideralmente las ganancias de los ricos de todas las ramas de la economía (sojeros, mineros y financieros).

La respuesta y reubicación de Sergio Massa, deja en evidencia los problemas del macrismo. Al reclamo del presidente de no acompañar la ley contra los despidos, el tigrense alegó: "Este gobierno se preocupa mucho por los empresarios y poco por los laburantes". Después de “apoyar lo bueno” empieza a “criticar lo malo”, preparándose para lo único que le importa a este arribista profesional, nacido de las entrañas de la UCeDe: las elecciones del año que viene.

La semana pasada, Macri protestó ofuscado, en público y personalizadamente contra el jefe de la bancada del Frente para la Victoria en el Senado, Miguel Pichetto; hoy repitió el reclamo, pero apuntando a Massa. Sólo le falta quejarse en cadena nacional de Diego Bossio, para completar la terna de los mejores colaboradores que tuvo en estos cinco meses.

Cristina Fernández y sus seguidores místicos afirmaban que todos los que no apoyaban incondicionalmente sus medidas “le hacían el juego a la derecha”; Macri parece asegurar que quienes no se subordinan de manera absoluta a sus exigencias, “son todos kirchneristas”.

“Saquemos una ley que diga que estamos todos obligados a ser felices”, intentó ejemplificar, ejem... creativamente el presidente. Y la cara de Macros Peña dijo más que mil palabras.

Ante la coyuntura hostil, Macri reinventa un discurso de dudosa eficacia: el país dividido por la felicidad. Sin embargo, todavía no puede asegurar que desde las profundidades argentinas, la cosa en realidad no esté estallando desde el océano.

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