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Por pérdidas sojeras, aprueban “emergencia” que no declararon por los inundados

El Senado aprobó un proyecto que declara zona de emergencia por 180 días a localidades de 10 provincias. Las rendimientos soja y el maíz preocupó más que los inundados. ¿Por qué nos inundamos?

25 de abril de 2017| Lucho Aguilar |

El Senado de la Nación aprobó un proyecto que declara zona de emergencia a localidades de las provincias de Catamarca, Buenos Aires, Santa Fe, Misiones, Chubut, Tucumán, Río Negro, La Pampa, Salta y Jujuy. El objetivo es atender los efectos de las inundaciones de las últimas semanas. Ya fue girado a la Cámara de Diputados donde se trataría en los próximos días.

El proyecto apunta a que el Gobierno nacional constituya en el plazo de 30 días un fondo especial, con aportes del Tesoro Nacional, que con el objetivo de “afrontar la asistencia a los damnificados y la reconstrucción de las economías afectadas”. Según informaron medios oficiales, el proyecto recomienda al Poder Ejecutivo “adoptar medidas de asistencia técnica y financiera destinadas a la recomposición de la capacidad productiva de comercios y empresas y a través de la AFIP y la ANSES se ordena instrumentar regímenes especiales de pago que abarquen a los contribuyentes afectados”. Como complemento, el gobierno deberá destinar “fondos adicionales a la cobertura de planes sociales en las zonas afectadas”.

Lo que el agua se llevó

Las inundaciones vienen afectando muchas ciudades del interior y zonas de la Provincia de Buenos Aires. Los efectos se profundizaron a principios de abril, cuando todos nos conmovimos con el brutal temporal en Comodoro Rivadavia. Las lluvias que afectaron zonas rurales pero también urbanas, con más 10 mil evacuados en algunas semanas.

Las primeras víctimas, cuando recién comenzaba abril, fueron mujeres. En Salta, una de ellas murió al derrumbarse su casa de adobe. Otra intentando cruzar un río desbordado. La zona del Noroeste fue una de las más afectadas. La Madrid, en el sur tucumano, se convirtió en el símbolo del desastre. Quedó prácticamente tapada por el agua.

Las postales se fueron sucediendo. Ríos metidos en los barrios, vecinos en sus techos, hombres con el barro hasta el cuello y botes en las avenidas.

Macri, Vidal y algunos gobernadores se sacaron las cínicas fotos de siempre: mirando el agua desde los helicóptero o estrenando botas fingiendo escuchar a quienes lo habían perdido todo. Sin embargo, no hubo respuestas. El ministro de Medio Ambiente, Sergio Bergman, dijo que “lo único que queda es rezar”. La mayoría prefirió la solidaridad activa con sus vecinos.

Hasta que las fundaciones que asesoran a los “hombres de campo” encendieron el alerta. Según estudios difundidos hace pocos días, “el 37% de las empresas agropecuarias registraron anegamientos producto de las lluvias, mientras el 27% sufrió sequía” (AACREA). Los datos fueron empeorando: según la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) las inundaciones de las últimas semanas produjeron la pérdida de más de un millón de hectáreas sembradas con soja, y otras fuentes aseguran que están en riesgo unos u$s 5000 millones de la producción sojera.

Aún sin los pronósticos del Departamento de Agricultura estadounidense (Usda), las posibles pérdidas despertaron la “emergencia” que no habían logrado los miles de evacuados.

¿Desastre natural?

Nadie niega los incrementos en las precipitaciones, en parte relacionados con el cambio climático. Pero las responsabilidades son humanas.

En primer lugar, el modelo de agronegocios que se ha impuesto en los últimos años. Sólo en la “década ganada” en Argentina se desmontaron 2,5 millones de hectáreas. El avance de algunos cultivos, fundamentalmente la soja pero también de otras producciones según las provincias, ha afectado el suelo y su capacidad de absorber el agua. Varios especialistas volvieron a denunciar estos días la relación entre la sojización y las inundaciones.

Esteban Jobbágy, investigador de la Universidad de San Luis y del Conicet, explicó que “el actual modelo agropecuario produjo que lugares que antes ya se inundaban ahora lo hagan más seguido, y zonas que no se inundaban, ahora comiencen a hacerlo. El uso de la tierra afecta el régimen de inundaciones” (Página 12, 17/4).

Nicolás Bertram, ingeniero e investigador del Inta, aseguró estos días que “a partir de datos históricos se puede observar una relación directa entre el incremento de los cultivos agrícolas (de soja principalmente) y el acercamiento de la napa freática a la superficie. Antes estaba a diez metros de profundidad y hoy está a menos de un metro. Los suelos están saturados, no pueden absorber más”. (El día, 16/4).

Hay un segundo problema que es la falta de obras de infraestructura en muchas zonas. En el sur de Tucumán, una de las zonas más afectadas, el gobierno provincial (FPV-PJ) y el nacional (Cambiemos) cruzaron acusaciones por la falta de asistencia financiera. Lo cierto es que hace años se esperan obras que nunca llegan: construcción de diques y embalses, reforestación de laderas, mantenimiento de cauces para escurrimiento, entre otras. En la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal sigue sin resolver los grandes problemas de infraestructura hidráulica, que van desde la cuenca del Salado hasta los arroyos del Gran Buenos Aires.

Por último, cuestiones particulares explican los problemas que sufren muchas ciudades. Tomemos el ejemplo de Mendoza. Como explicó en este medio Pedro Marsonet, Licenciado en Geografía de la UNCuyo, “los desarrolladores inmobiliarios compran o se apropian de grandes terrenos, generalmente en zonas que tienen prohibido urbanizarse o de fragilidad ambiental. Como estos barrios privados se hacen desde la lógica de la rentabilización acelerada, no están pensados en la totalidad de la ciudad y que efectos tienen para los que vivimos aguas abajo o que obras habría que hacer por el crecimiento de esas urbanizaciones”.

El ministro de Agricultura se preocupa por la cosecha. El de Medio Ambiente convoca a rezar. Los senadores apuran la asistencia a las “economías regionales”. Ayer y hoy: negocios para pocos mientras pueblos enteros tratan de sacar la cabeza sobre el agua. (LID)

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