Si existía una muy remota posibilidad de que la Conferencia Internacional para la Paz, celebrada en la ciudad norteamericana de Annapolis, en noviembre del 2007, lograra una solución al cruento conflicto israelo-palestino, Israel le ha proporcionado “el tiro de gracia” con los bárbaros ataques perpetrados contra la población civil en la Franja de Gaza, que han ocasionado centenares de muertos y más de mil heridos.
La abominable acción terrorista pretende ampararse en la supuesta represalia a continuos ataques de cohetes llevados a cabo por los palestinos contra ciudades israelitas, pero su objetivo principal es liquidar al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), que gobierna en Gaza.
Estas injustificadas masacres deben ser cargadas también a la factura de despedida de dos de sus principales protagonistas, el presidente George W. Bush, y el premier sionista, Ehud Olmert, quienes abandonan sus puestos llevando consigo el fardo del estrepitoso fracaso de sus gestiones de gobierno.
Un año después de que ambos fijaron como plazo el 2008 para la firma de un acuerdo de paz y la constitución de un Estado palestino, la Franja de Gaza continúa siendo una plaza sitiada por aire, mar y tierra; y en Cisjordania se expanden las colonias judías y el ignominioso muro segregacionista.
Gaza, un árido territorio de 350 kilómetros cuadrados, donde habitan un millón 500 mil palestinos, se encontraba desde hace varias semanas al borde de una crisis humanitaria a causa de las severas restricciones de agua, energía eléctrica, alimentos, medicinas, combustibles y controles de tránsito, que a manera de castigo colectivo les impone el Estado sionista, a la vez que impide u obstaculiza la llegada de la ayuda internacional.
Israel, con el apoyo de Estados Unidos, continúa ignorando las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que demandan su retirada incondicional de los territorios árabes ocupados y amparan el derecho al retorno de los millones de refugiados expulsados de sus viviendas y lugares de origen mediante el terror y la represión sionista.
Estimados del Centro de Información Nacional Palestino indican que desde que el estallido de la Intifada de Al Aqsa, en septiembre del 2000, el ejército israelí ha asesinado a más de 6 mil palestinos, herido a 55 mil y arrestado a más de 15 mil.
La carnicería de civiles inocentes en Gaza reedita la perpetrada por Israel en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila o la matanza del hospital de Cana, ambas en el Líbano, o las cometidas desde hace 60 años en los territorios palestinos ilegalmente ocupados.
Mientras, a pesar de la ola de repudio internacional, la condena de los países árabes y de la Liga de Estados Árabes, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas permanece impasible y neutral ante el genocidio del pueblo palestino.
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