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Hace 69 años votaron por primera vez las mujeres en Argentina

El 23 de septiembre de 1947 se sancionó la ley de sufragio femenino. Cuatro años después, el 11 de noviembre de 1951, las mujeres concurrieron finalmente a votar por primera vez en la historia de nuestro país. La asistencia fue masiva, participó el 90% del padrón femenino, siendo reelecto para la presidencia Juan Domingo Perón por el 62% de los votos.

11 de noviembre de 2020

Esta ley significó una transformación histórica en la vida de las mujeres porque fue reconocido un derecho por el que venían peleando hacía décadas, pero no estuvo exenta de polémicas que continúan hasta nuestros días.

El peronismo, representado en la figura de Evita, se adjudicó el éxito político de la sanción de la ley y, claro está, lo hizo valer en las elecciones que le permitieron renovar el mandato a Juan D. Perón. De esta manera, ensayando una retórica protofeminista, pero marcadamente conservadora, borró de la historia la enorme tradición de lucha que existía detrás de este derecho, por el que habían peleado ya desde fines de siglo XIX, feministas anarquistas y socialistas, inspiradas en las experiencias de las sufragistas y las revoluciones que se desarrollaban en otros países del mundo.

Las feministas liberales, por su parte, nucleadas alrededor de la figura de Victoria Ocampo, se opusieron a esta ley a la que consideraban oportunista y plantearon que no querían que se otorgara este derecho bajo un gobierno militar, en referencia a la posibilidad de que fuera impuesta por decreto durante el gobierno surgido del golpe de 1943. El lema que las representaba era: “Sufragio femenino, pero sancionado por un Congreso Nacional elegido en comicios honestos”. De esta manera, priorizaban su antiperonismo y anteponían la defensa de su clase social a la posibilidad de que las mujeres avanzaran en el derecho al voto.

En el siguiente artículo haremos un recorrido por la historia sobre algunos momentos destacados de la política, rescatando las experiencias de las pioneras en el feminismo, sus debates en el Congreso Femenino Internacional, los antecedentes de la ley del sufragio femenino, hasta la fundación del Partido Peronista Femenino y la primera experiencia de votación. Y nos preguntaremos ¿femenino equivale a feminista?

Sin nosotras no es universal

Puede que en la escuela te hayan enseñado que fue la Ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, la que otorgó la universalidad del derecho al voto (secreto y obligatorio) en nuestro país. Pero ese universal era una mentira: esa ley habilitaba a los varones nacidos en el país a ejercer el derecho de votar desde los 18 años, pero no contemplaba a las mujeres, quienes tenían prohibido elegir cualquier cargo y ser elegidas. Aunque, Julieta Lanteri, gracias a pequeños vacíos en la legislación pudo sufragar en 1911 y ser candidata en 1919. Tampoco podían votar aquellos que habitaban los territorios nacionales aún no reconocidos como provincias, ni lo inmigrantes, algo que se mantiene hasta el día de hoy.

¿Eso quiere decir que las mujeres no participaban en política? Claro que no. Ya desde finales del siglo XIX fosforeras, telefonistas, hilanderas, lavanderas, empleadas domésticas, de la industria de la carne, de la industria textil, de la alimentación, obreras del tabaco, costureras y alpargateras, iban a la huelga. Ellas protagonizaban conflictos, exigían igualdad de salario con los varones y, muchas veces, también denunciaban el acoso sexual que sufrían en sus puestos de trabajo. Con sus luchas dieron pelea en todos los terrenos para ser reconocidas. Lo hacían en unidad con los trabajadores y de esas experiencias surgieron los primeros feminismos, gracias a la tradición que forjaron las socialistas y las anarquistas.

Dice Leonor Calvera que “las mujeres, unidas a los varones en las luchas socialistas y anarquistas, comienzan a organizarse para pedir lo que en justicia les corresponde. (...) en 1900 el Partido Socialista Obrero Argentino convoca a las mujeres para pedir juntos mejoras en las condiciones de trabajo” [1].

Muchas de las primeras experiencias fueron reflejadas en el diario feminista anarquista La voz de la mujer, impulsado por Virginia Bolten, cuya primera edición data de 1896. Mientras tanto, las mujeres del Partido Socialista también organizaban espacios que tenía como intención visibilizar la desigualdad en la vida de las mujeres y conquistar leyes que las ampararan.

Ya desde su creación, en 1896, los socialistas fueron los primeros en proponer el voto de las mujeres en la Argentina, tal como lo habían hecho los partidos socialistas en Europa. Además de ser los primeros en presentar proyectos de ley en favor de las mujeres, realizaban un trabajo social entre las trabajadoras, ligando las demandas democráticas a las de la clase. Durante la primera década del siglo XX, las socialistas fundaron el Centro Socialista Feminista. Allí se ocupaban de organizar a las trabajadoras para, por ejemplo, luchar contra la “trata de blancas” (en el contexto de la gran inmigración europea a Buenos Aires), o mejorar sus condiciones laborales y de vida. Entre otros, impulsaron un proyecto de ley para dar protección al trabajo de las mujeres y los niños en las fábricas, que finalmente lograron que se sancionara en 1907.

Esta tradición de las mujeres socialistas se enmarca en las luchas que llevaban adelante las feministas de la primera ola, siendo las socialistas las que estuvieron a la vanguardia porque luchaban por conquistas democráticas, pero con una perspectiva anticapitalista para terminar con la explotación de clase y la opresión de género. Por ejemplo, jugaron un rol destacado en enfrentar la 1ra Guerra Mundial, organizando conferencias de mujeres socialistas que no solo se oponían a la guerra imperialista, sino que se disponían a enfrentarla. De esa experiencia y con una huelga general el 8 de marzo de 1917, comenzó la Revolución Rusa y fue ese el primer país donde se legalizó el derecho de las mujeres a votar y a ser electas y también el derecho al aborto.

“Todos somos iguales”

Con esta frase se expresaba Julieta Lanteri, una de las protagonistas del Congreso Femenino Internacional realizado en Buenos Aires en mayo de 1910, que se desarrolló mientras en el país se conmemoraba el Centenario, aprovechando el clima de debate y las actividades que en ese momento se realizaban. Entre las organizadoras estuvieron además Cecilia Grierson y Alicia Moreau, quienes pensaban que el feminismo debía desarrollarse como un movimiento que permitiera mejorar la situación económica y moral de las mujeres.

También participaron delegadas chilenas, uruguayas y paraguayas. Se adoptaron una serie de resoluciones que incluían la necesidad de modificar el Código Civil y dictar leyes para dar a las mujeres derechos civiles en igualdad con los varones. El Congreso aprobó un proyecto de ley de derechos políticos que fue entregado al diputado socialista Alfredo L. Palacios para que lo presentara en ambas Cámaras.

Es necesario subrayar el papel jugado en el Congreso de 1910 por la Liga Nacional de las Mujeres Librepensadoras, entidad que demandó de modo irrestricto el derecho al sufragio a través de las representantes María Josefa González y Ana de Montalvo.

En paralelo se realizó también el Primer Congreso Patriótico de Señoras, a tono con los festejos del Centenario, que mantuvo otra postura: si bien buscaba visibilizar la importancia de las mujeres en diferentes ámbitos políticos y sociales, las organizadoras (la gran mayoría mujeres de la oligarquía) veían que las acciones feministas debían evitar los discursos con lineamientos emancipatorios o cuestionadores de las desigualdades, quedando así más vinculadas a los “festejos” oficiales del Centenario, muy cuestionados por la invitación del Rey de España y la represión a movilizaciones obreras de la época.

Esta experiencia adelantó diferencias que se también se manifestarían políticamente más adelante, dejando planteadas algunas preguntas. ¿Cómo conquistamos las mujeres nuestros derechos? ¿con qué aliados? ¿se pueden separar nuestras demandas de las del resto de los sectores oprimidos?

Los antecedentes a la ley

El proyecto de Ley que el Congreso Femenino Internacional entregó al diputado socialista Alfredo Palacios se presentó por primera vez en 1911 (un año antes que la Ley Sáenz Peña), pero ni siquiera fue tratado sobre tablas. Un dato: las mujeres seguían siendo consideradas incapaces por el Código Civil de 1871.

Recién en 1926 se sancionó la Ley N° 11.357 que reconoció a las mujeres la igualdad legal con los varones aunque, obvio, era relativa: no incluía el derecho al voto ni la patria potestad compartida, ni el divorcio (ni hablar de derechos sexuales y reproductivos).

En 1932 se consiguió la formación de una comisión interparlamentaria para estudiar la cuestión del voto femenino, el proyecto de la mayoría proponía que todas las mujeres de 18 años nacidas en la Argentina tuvieran los mismos derechos que los varones, con excepción del servicio militar, y declaraba el voto obligatorio. Pero su tratamiento no prosperó. Quince proyectos se presentaron en este periodo, hasta que en 1947 finalmente se sancionó la Ley N° 13.010.

La necesidad de avanzar en el sufragio femenino ya era un hecho para 1947, Argentina estaba comprometida internacionalmente con esta legislación y en muchos países de Latinoamérica las mujeres ya podían votar hacía años: en Uruguay desde 1929, en Ecuador y Puerto Rico desde 1932, en Brasil desde 1934, en Cuba desde 1939 y la lista sigue.

En octubre de 1944 Perón (en el marco del gobierno surgido del golpe militar de 1943 que da por concluida la Década Infame y el “fraude patriótico”), siendo responsable de la Secretaría de Trabajo y Previsión, había creado la Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer, que en julio de 1945 realizó un acto en la Cámara de Diputados, junto con la comisión Pro Sufragio Femenino. En ese acto planteó la intención de cumplir con compromisos internacionales, como la Conferencia sobre Problemas de la Guerra y la Paz, en Chapultepec entre febrero y marzo de 1945, donde se había acordado que los países firmantes que no habían otorgado el derecho al voto a las mujeres, se comprometían a hacerlo.

Victoria Ocampo junto con otras feministas, se opuso a la sanción de la ley que se debatía en aquellos años. Quienes habían organizado la Unión Argentina de Mujeres en 1936 con el objetivo de oponerse al intento de modificar el Código Civil (en el contexto de la década infame) para hacer retroceder a la mujer nuevamente a un lugar subordinado, quitándoles la posibilidad de trabajar, tener propiedades o herencias, ahora se oponían a la sanción de la ley de sufragio femenino. Priorizaban su oposición al gobierno militar y a la figura de Perón, y planteaban que sólo aceptarían una ley de un gobierno constitucional. “Las argentinas no pueden aceptar el voto sino de manos que no lleven armas”, declaraba Ocampo. Mientras que “en un discurso en la asamblea nacional de mujeres explicita: “Creo que la mujer argentina consciente, al no aceptar dócilmente ni siquiera la idea del voto por decreto, del voto recibido de manos del gobierno de facto, ha votado por primera vez en la historia de la vida política argentina” [2] Se olvidaba así de que la primera en votar había sido Julieta Lanteri y sentaba un precedente (poco tiempo después también olvidará sus críticas hacia los gobiernos de facto saludando al golpe militar de 1955, conocido como “la Fusiladora”).

Finalmente, después de 1945, cuando Perón asumió la presidencia, el sufragio femenino estaba dentro del conjunto de leyes del Plan de Gobierno, que se anunció el 26 de junio de 1946.

Femenino no es feminista

Como decíamos al comienzo, la conquista del voto femenino quedó ligada a la figura de Eva. Hoy todavía se la reivindica por eso y en los últimos tiempos, al calor de la lucha del movimiento de mujeres por el derecho al aborto, se popularizaron imágenes suyas como feminista, con pañuelo verde, defensora de los derechos de las mujeres. Ahora bien, Evita, ¿se reconocía feminista? Veamos qué dijo y qué hizo la propia Eva.

Entre la sanción de la ley de voto femenino en 1947 y el día que efectivamente las mujeres votaron por primera vez en 1951, el gobierno inició las tareas de empadronamiento de las mujeres habilitadas para votar. Evita fue la encargada y lo hizo por medio del nuevo Partido Peronista Femenino (PPF), fundado en 1949.

La creación del PPF posibilitó que miles de mujeres se incorporaran a la esfera política, como votantes o candidatas, pero también como organizadoras a nivel nacional del partido. Pero lo hicieron detrás de un proyecto político que se referenciaba en una alianza entre empresarios y trabajadores donde, siempre, los intereses de estos últimos quedaron subordinados a los de los patrones: el movimiento obrero debía ser “la columna vertebral” del movimiento, pero no “la cabeza”, que era Perón.

En julio de 1949 se realizó la primera asamblea organizativa del Partido Peronista (PP). El 25 de julio se realizó la ceremonia inaugural en el Luna Park V [3]. A partir del día siguiente, las mujeres sesionaron en el Teatro Nacional Cervantes, fundando oficialmente el PPF el 29 de julio de 1949, que funcionó dentro del PP pero con autoridades y organización propia. Esta “singularidad” fue posible gracias a la sanción de la ley 13.645, donde se autorizaba que asociaciones femeninas podían incorporarse a aquellos partidos con la misma ideología y carta orgánica, utilizando su personería política, incorporando sus candidatos en las listas, sin necesidad de aguardar los plazos legales que se necesitaban para la constitución de nuevos partidos.

Antes de participar en la asamblea del PPF, Evita fue invitada a dar unas palabras a la reunión de hombres del partido. Allí planteó: “jamás haré política (...) quiero que vean [en mí] al corazón del viejo coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión”, y también que el PPF tendría como objetivo “aportar valores espirituales y morales al partido de los hombres” [4].

Ante la reunión de las mujeres, Evita leyó un discurso donde explicaba a las mujeres la razón por la que debían formar un movimiento político femenino y cuál sería su misión e ideología, y qué significaba ser una mujer peronista “¡Para la mujer, ser peronista, es ante todo, fidelidad a Perón, subordinación a Perón y confianza ciega en Perón!” [5]. Luego realizó una lista de las “virtudes” femeninas, planteando que las mujeres eran la más alta reserva moral del hogar, las depositarias del sentido común de la especie y las responsables de perpetuarlas. Como madres debían enseñar la obra de Perón e inculcar su doctrina a los niños. En el discurso de cierre nuevamente las mujeres aparecen como aquellas que “consolidan la obra de los hombres con su sacrificio y tenacidad”.

Como podemos ver, el PPF no incluía como parte de su programa lograr la emancipación de las mujeres, ni la igualdad con los varones en todos los terrenos, muchos menos se proponía avanzar en libertades sexuales o en los derechos reproductivos. Todas las demandas por las que las feministas venían luchando y organizándose en nuestro país desde hacía décadas (muchas de ellas ya se habían abordado en el Congreso Femenino Internacional de 1910), no estaban presentes como propósitos en sus actas fundacionales. Muy por el contrario, se insistía en sostener a la mujer en el papel de madre, como guardiana del hogar, como reserva moral de la nación. Las mujeres ahora hacían política y salían de las casas, pero para resguardar el hogar constituido (y con él, a la Nación). El peronismo así, tuvo la doble función de volver a poner a las mujeres como reproductoras del orden social, a la vez que reproductoras del movimiento liderado por el General.

Y esta concepción de Eva (y con ella la del peronismo) también podemos verla desarrollada en la tercera parte de La razón de mi vida. Uno de los aspectos que más se destacan en esa publicación están relacionados con la cuestión de las mujeres y su rol en el hogar. Decía Eva que “el problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino” [6]. El peronismo les planteó a las mujeres que el mundo necesitaba “más hogares unidos y felices” [7] , ante el problema, según Eva, de que muchas mujeres buscaban salir de sus casas porque su trabajo doméstico era demasiado pesado. En este sentido, les aconsejaba: “nacimos para constituir hogares. No para la calle. La solución nos la está indicando el sentido común. ¡Tenemos que tener en el hogar lo que salimos a buscar en la calle: nuestra pequeña independencia económica… que nos libere de ser pobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sin ninguna esperanza!” [8] Así la mujer sería lo que debería ser “reina y señora de una familia, digna, libre de toda necesidad económica apremiante” [9]

Política de mujeres

El día que las mujeres votaron por primera vez significó un gran avance, porque implicó el reconocimiento formal de un derecho elemental, por el que venían peleando muchas, hacía tiempo. La tradición de las feministas socialistas y anarquistas demuestra que las mujeres nunca fueron ajenas a los debates políticos e ideológicos que se desarrollaron a lo largo de la historia de nuestro país, que entre otras cosas demostró que no hay una única política para el “bienestar femenino”, sino que la emancipación de la mujer se relaciona con la perspectiva estratégica que se defienda, los avances que se conquistan a nivel institucional están ligados a las luchas que se dan en las calles por ellos.

Cuando el peronismo, con Eva a la cabeza, tomó las banderas del voto femenino, no sólo capitalizó las peleas que habían dado las feministas a desde principios de siglo, sino que también fue parte de negar la larga tradición de lucha, es un intento de borrar la historia de la propia clase trabajadora en Argentina, parte de la operación de hacer que las ideas de la izquierda sean extranjeras y las del peronismo las "nacionales".

El proyecto de Evita y del PPF demostró que el lugar de las mujeres en el peronismo estuvo ligado de manera absoluta a un proyecto político que, de conjunto, tenía como objetivo mantener las relaciones sociales de clase, y con ellas, el hogar y la maternidad como fin último de las mujeres. Como sostiene Dora Barrancos, a pesar de haber sido recientemente candidata del PJ junto con personajes como Manzur, "el peronismo no representó una feminización del poder ni un cambio radical de las atribuciones que culminara con vínculos paritarios entre varones y mujeres" [10].

Por su parte, el feminismo liberal representado por figuras como Victoria Ocampo decidió tener una postura sectaria frente a la sanción de la ley; como ya dijimos, priorizaron su antiperonismo, su posicionamiento de clase, ante lo que implicaba un gran avance para el conjunto de las mujeres.

Hoy en día, con la clase trabajadora altamente feminizada, con décadas de lucha y tradiciones a cuestas, y con un potente movimiento de mujeres en nuestro país (y en el mundo), las mujeres volvimos a ser un factor político central y sabemos que para conquistar nuestros derechos, la política tenemos que hacerla en las calles, junto a todos los explotados y los oprimidos de este sistema. La historia nos demuestra que las demandas que logramos imponer solo las conquistamos con la lucha, y que a la vez que todo lo que consigamos en este sistema es, por un lado, un impulso para avanzar y fortalecer la pelea por nuestros derechos, pero por otro lado, esos derechos no son conquistados de una vez y para siempre, y están en peligro de retroceder mientras no terminemos con las raíces profundas y estructurales que son la causa de estas desigualdades. Por eso, estos días de rebeliones que recorren Latinoamérica, con la juventud sin miedo y la clase obrera chilena contra los planes de ajuste del neoliberalismo, o en Bolivia contra el avance de la derecha golpista con las mujeres de pollera al frente, tienen que ser un gran ejemplo e impulso.

De lo que se trata es de construir una política que se disponga a terminar con la opresión y explotación que sufren la mayoría de las mujeres, una alternativa política a los partidos del régimen, independiente, que abrace una perspectiva revolucionaria para conquistar no solo la igualdad ante la ley, sino también ante la vida. (LID) Por Soledad Domenichetti / Ana Sanchez

[1] Mujeres y feminismo en la argentina, 1990, Buenos Aires, Grupo editor Latinoamericana, p.18).

[2] Leonor Calvero, Mujeres y feminismo en la argentina, 1990, Buenos Aires, Grupo editor Latinoamericana, p. 26

[3] er C. Barry, Evita capitana. El Partido Peronista Femenino (1949-1955), Buenos Aires, Eduntref, 2014. Cap. 3

[4] Ver C. Barry, Evita capitana. El Partido Peronista Femenino (1949-1955), Buenos Aires, Eduntref, 2014. Cap. 3 página 94

[5] Ver C. Barry, Evita capitana. El Partido Peronista Femenino (1949-1955), Buenos Aires, Eduntref, 2014. Cap. 3 página 97

[6] Disponible en https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=https://vdocuments.site/google-reader/peron-eva-la-razon-de-mi-vida-pdf), buscando revalorizar el lugar de mujer-esposa-madre

[7] Disponible en https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=https://vdocuments.site/google-reader/peron-eva-la-razon-de-mi-vida-pdf

[8] Disponible en https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=https://vdocuments.site/google-reader/peron-eva-la-razon-de-mi-vida-pdf

[9] Idem

[10] Barrancos, Dora "Participación política y luchas por el sufragio femenino en Argentina (1900-1947)" en Cuadernos de intercambio sobre Centroamérica y el Caribe en vol 11, n° 1, 2014. disponible en http://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/3685/CONICET_Digital_Nro.4852_A.pdf?s equence=2&isAllowed=y)

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