De la "Noche de las Tizas" a la "huelga" policial

En primer término, hay que dejar algo en claro: no hay en el mundo fuerzas armadas o de seguridad (policiales, gendarmes, de control militar, etc.) que sean democráticas. Son agrupaciones que pueden servir tanto a la democracia como a las dictaduras y hasta con el mismo ahínco. La esencialidad de las mismas no responde al concepto definido como democrático. Puede haber, incluso, un cierto "comportamiento democrático" que, sin embargo, no es afín al "alma mater" corporativa de esas fuerzas. Responden, siempre, a una cadena de mandos. Es decir, son verticalistas y obedecen. Es verdad que cuestiones morales debieran provocar en los individuos (no en las fuerzas, preparadas para la ceguera de la orden, con el castigo, incluso, del fusilamiento), un grado de desobediencia si la orden es inmoral o perversa como ha sucedido en la última dictadura. Pero la verticalidad es la que sostiene a estas agrupaciones.

Se puede pensar en "subordinar" a las fuerzas a un Estado democrático, pero no democratizarlas. Por lo menos, no en la Argentina actual y en muchos otros países del mundo.

En segundo lugar, existe una extendida discusión sobre la libertad (o el derecho) de agremiación de las fuerzas armadas y de seguridad (principalmente éstas últimas). Como una opinión más que aporto a la confusión, me parece que en países de conductas tan anómalas e impertinentes como el nuestro, cuyas máximas autoridades se regodean con su prepotencia, autoritarismo y desentendimiento del respeto a las leyes, esa "sindicalización" resulta un sarpullido en el alma.

El último comunicado del Partido Obrero de Salta, propone, en uno de sus párrafos, la creación de un "control civil y democrático de la policía". Es una salida a la que apelaron varios países europeos y la única viable como un escalón más para que las fuerzas de seguridad se piensen, por lo menos, sirviendo a un Estado democrático.

Ese control ciudadano (o civil, como lo llama el PO) quedaría inmediatamente acotado si la policía estuviera agremiada. Tal como están la cosas en la Argentina, ¿qué respeto podrán tener los sindicatos policiales por los organismos de control democráticos si en gremios constitucionalmente permitidos y legalmente constituidos, te revientan la oposición y las leyes, juegan a los aprietes y, encima, la van de millonarios con el dinero estatal? Habría que imaginar a un líder sindicalista con una 9 milímetros autorizada, en la cintura.

Las organizaciones de derechos humanos de todo el mundo, se oponen por ese motivo, a la agremiación policial. Aseguran que sería imposible la convivencia entre los intereses del control ciudadano (los únicos valederos) y la corporación sindical que, además, será doblemente corporativa pues sumará a su epidermis, el "espíritu de cuerpo" de la fuerza.

En la provincia de Salta, una crisis policial, concretada a través de una "huelga", jaqueó al gobierno de Juan Manuel Urtubey y puso una peligrosa traba a la rueda institucional en el aspecto de la seguridad ciudadana.

Pero lo llamativo es que, con todas las discusiones previas como las esbozadas aquí, puestas en el tapete, el mandatario salteño, convertido en una saetilla justiciera, se aposentó en el centro de la protesta policial y dialogó con los levantiscos integrantes de esa fuerza a la que, de paso digamos, le interesa tres cornos discutir si se sindicaliza o no. La actitud de Urtubey, causó la admiración de los obsecuentes y la exaltación de la ministra de Trabajo, Nora Giménez, quién colocó a su joven jefe casi en la categoría del Rey de Ítaca (¿o de itaka?), Ulises.

Y decía que era llamativo porque el mismo mandatario, con apenas unas horas más jovenzuelo y de lozanías prestas a la demagogia, se había negado a dialogar con las maestras salteñas en "huelga", con foro asambleario reconocido a principios de año y con los rasguños de aquella famosa "Noche de las Tizas", acto represivo que protagonizaron, precisamente, los policías con los cuales dialogó Urtubey, de buenas a primeras. Fue necesaria una semana de porcentajes contundentes de ausentismo docente (la ministra Giménez, no apareció en la línea del horizonte) para que el "Joven Maravilla" (maravilla que no haga nada, en verdad) las "haga recibir" por sus subalternos ministeriosos. Seguramente, el mandatario guardó para sí la impostura mediática para el diálogo con los policías que, al fin y al cabo, sin Asamblea Provincial reconocida, sin huelga legalizada, sin porcentajes soberbios pero con el adorno de un buen casquillo de bronce, pueden producir un tembladeral mayor que la marcha de las "maestras porras", "subversivas" o "terroristas", como las vienen calificando los gobiernos de turno, desde la inaguantable Cristina para atrás. Y por si acaso, con un cadáver, para que aprendan. El gobierno de Urtubey ha hecho su ofrecimiento a los policías amotinados (mientras no haya una ley que les permita agremiarse, serán sólo eso), subiéndoles "lo que podemos", incluyendo un básico depauperado, en verdad. Los policías aceptaron pero quieren más, por supuesto. Recibirán los 110 pesos para el uniforme, y exigirán blanqueos y actualizaciones de otros ítems para llegar a los 1.685 pesos de bolsillo.

Lo que no se discutió todavía, es cuánto pagará el gobierno por el rubro "represión".

Aclaración necesaria: Siendo diputado nacional por el romerismo, en 2005, Juan Manuel Urtubey obvió cualquier pronunciamiento sobre la represión a los docentes en la "Noche de las Tizas". Ya como precandidato a gobernador en 2007 (diputado kirchnerista, esta vez) no dudó en pedir una investigación por la represión a vecinos de San Expedito. En el primer caso, su silencio fue la ofrenda de su fe romerista. En el segundo, fue una conducta de lamentable oportunismo.