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Ingeniería electoral para forzar mayorías. ¿Cuándo, dónde y para qué surgió el mecanismo del balotaje?

Los sistemas políticos, y por ende sus regímenes electorales, no son inocuos. Más bien tiene una clara intencionalidad política para manipular la “voluntad popular” en función de mantener el orden existente y fortalecer así a quienes ejercen el poder. Ante el balotaje que en Argentina decidirá quién será el próximo presidente, viene muy bien repasar el origen de la “segunda vuelta electoral” para conocer cuáles son los objetivos que persigue.

1ro de noviembre de 2023

El origen francés del “ballottage”

La etimología del vocablo francés “ballotage” hace referencia a una forma medieval de elegir autoridades en varios pueblos de Europa, donde un reducido grupo de electores utilizaba bolitas de diferentes colores para erigir o vetar a un candidato.

Aunque hay autores que ubican el origen del balotaje en el siglo XIX - dado que se utilizaron diferentes formas de “segundas vueltas” electorales en Francia y otros países europeos en aquella época - lo cierto es que la forma actual surge con la constitución de la “V República” bajo el gobierno de De Gaulle en 1958.

Previo a la asunción del general De Gaulle, Francia se encontraba al borde de una guerra civil producto de la crisis a partir de la guerra de independencia de Argelia, que en ese momento era una colonia francesa. Cuando la opinión pública nacional e internacional tomó conocimiento de las atrocidades que cometía el ejército francés contra el pueblo argelino se suscitaron grandes movilizaciones en repudio, qué sumieron en una profunda inestabilidad política del régimen vigente de la “IV república” francesa.

Cabe señalar que entre las atrocidades cometidas por el ejército francés estaba la “desaparición sistemática de personas”, que hizo escuela por ejemplo entre los militares que realizaron el golpe de estado en Argentina en 1976. Ellos fueron educados tanto por militares franceses que actuaron en Argelia como por la Escuela de las Américas norteamericana en dicha práctica.

Ante esta inestabilidad política, satisfacer las demandas del pueblo trabajador francés no era una opción para el general derechista Charles De Gaulle. En cambio, aprovechó la situación para cerrar el parlamento y asumir los plenos poderes públicos, para luego formular una nueva Constitución con un fuerte contenido bonapartista y una ingeniería electoral que permitiera canalizar el voto popular en un sentido conservador.

La misma dió origen al régimen de la “V República”, donde el presidente tiene el poder de un “monarca moderno”. Para tal cometido contó con la asesoría, entre otros, de Carl Schmitt, quien fuera asesor legal de figuras bonapartistas de la República de Weimar y el Tercer Reich en Alemania. Aquí aparece en su forma actual el “ballottage” o “segunda vuelta electoral”. Un mecanismo se utiliza tanto para la elección del presidente como para la elección de los diputados de la Asamblea Nacional.

En dicha cámara parlamentaria no existe la representación proporcional de las minorías ya que existen 577 circunscripciones electorales que eligen un sólo diputado cada una. Si ninguno de los postulantes obtiene el 50% de los votos, se recurre a una segunda vuelta donde participan solo aquellos que hayan superado el 10% de los votos. De esta forma se impide el surgimiento de alternativas y favorece la continuidad del status quo.

Para la elección presidencial la Constitución francesa establece que habrá balotaje cuando ninguno de los candidatos obtenga el 50% de los votos. Pero esta será solamente entre los dos candidatos más votados. De esta forma la mayoría no surge directamente del voto popular que elige entre diferentes candidatos, sino que es un subproducto forzado de la ingeniería electoral.

En sí mismos los regímenes representativos ya contienen un contenido antidemocrático. Porque el pueblo sólo vota cada una determinada cantidad de años a un candidato que no tiene obligación alguna de cumplir con sus promesas electorales ya que no hay un mandato imperativo como en la democracia ateniense, la Comuna de París o los soviets rusos. Pero el poder económico y corporativo vota todos los días, mediante acuerdos secretos o presiones sobre estos representantes para que favorezcan sus intereses. “El pueblo no gobierna ni delibera, sino por medio de sus representantes” dice el artículo 22 de la Constitución Nacional Argentina.

Si a esa base antidemocrática de origen, se le agregan este tipo de maniobras que intentan generar mayorías ficticias que poco tienen que ver con las convicciones o ideologías de los votantes, si no con otras lógicas como el rechazo al otro, el miedo o el “mal menor”, el rol de los electores queda cada vez más lejos de los actos de gobierno.

En el caso francés el balotaje se inventó no para promover un candidato sino impedir que surja otro, a través de darle una oportunidad a las fuerzas del status quo de que se unan a pesar de sus diferencias, en pos de obturar lo que pueda representar un cambio o transformación. Y a su vez proveer de una mayoría ficticia al candidato ganador para generar una apariencia de mayor estabilidad en las alturas. Generando un supuesto consenso que no es tal, como lo pudo comprobar Macron con las huelgas y movilizaciones que lo pusieron en jaque en 2018 y 2022.

La intrincada ingeniería electoral ideada por De Gaulle tuvo su primera prueba de fuego durante el Mayo Francés de 1968 cuando los estudiantes y obreros protagonizaron las huelgas y movilizaciones más grandes de la historia francesa del Siglo XX, haciendo temblar los cimientos del recientemente nacido régimen de la V República.

Luego de varias semanas de lucha desde abajo y represión desde arriba, las burocracias sindicales de los partidos socialistas y comunistas acordaron con el gobierno la pasivización de las huelgas, dejando aislada a la vanguardia combativa. Entonces De Gaulle volvió a disolver el parlamento y llamó a elecciones anticipadas. En ese terreno donde las masas se expresan pasivamente como individuos aislados, el miedo “al comunismo” le ganó a la posibilidad de “tomar el cielo por asalto” y las fuerzas de general francés obtuvieron la mayor cantidad de escaños, recurriendo al balotaje en varios distritos.

Si bien el Mayo Francés fue contenido, abrió paso a una efervescencia de los de abajo que protagonizaron ascensos obreros estudiantiles, como la Primavera de Praga (derrotada por los tanques estalinistas rusos), los estudiantes en México (masacrados en la Plaza Tlatelolco) o el Cordobazo en Argentina.

El balotaje argentino y la ficción de mayorías

En Argentina el balotaje también fue introducido por un general derechista que asumió la suma del poder público y buscaba amalgamar a las fuerzas conservadoras en una mayoría electoral ficticia. Fue el presidente de facto Agustín Lanusse cuando reformó la Constitución en 1972 y luego llamó a elecciones en 1973, prohibiendo presentarse a Perón.

La forma actual donde hay segunda vuelta si ningún candidato no alcanza el 45% (o el 40% y un 10% de diferencia sobre el segundo) fue introducida por Carlos Menen en la reforma constitucional de 1994 luego del Pacto de Olivos con la UCR (algo parecido a lo que hoy llaman, desde arriba, “gobierno de unidad nacional”). Plenamente concientes de que la flexibilización laboral, el ajuste en el gasto público y el remate de “las joyas de la abuela” no iba a generar consensos por abajo, buscaron una ingeniería electoral que genere una ficción de mayorías por arriba en función de aportar estabilidad a un regimen que atacaba las condiciones de vida de las mayorías y cuya herencia sigue vigente.

Más allá del objetivo histórico de esta nota haremos algunas consideraciones sobre la actual elección en Argentina, en medio de una fuerte crisis social y de representación, que dio lugar, entre otras cosas, al surgimiento de fenómenos aberrantes como Javier Milei.

El brutal ajuste contra la población trabajadora de la mano del FMI ha llevado a que las grandes coaliciones políticas ya no tengan nada que ofrecer a los electores más que un consenso negativo. Es decir “votame a mí porque el otro es peor”. Cómo vimos tanto en el fracaso del gobierno macrista, cómo en el de la alianza entre Alberto, Cristina y Massa llamada Frente de Todos, este consenso negativo sirve para ganar elecciones pero no para gobernar, como bien expresa Fernando Rosso en su libro la hegemonía imposible. Por más que armen y desarmen alianzas, si continua el “consenso del FMI” por arriba, continuará el desprestigio del sistema.

Pero este balotaje no será la segunda vuelta sino ya la tercera. Estan las PASO, luego las generales, y luego el balotaje. El perro tiene varias chances de cambiar de collar y de alianzas de acuerdo a lo que digan las redes, encuestas y focus group en el camino hacia la presidencia.

En las PASO de Agosto, cuando había una mayor cantidad de candidatos para elegir, Sergio Massa obtuvo el 21,43% de los votos válidos, que representa al 14,3% de los electores habilitados. Javier Milei por su parte obtuvo el 29,48% que representa al 20,8% de los votantes. Quienes parten de esa debilidad de origen, tendrían superarían un 50% en noviembre.

En el próximo balotaje muchos votarán por Javier Milei, quien a fuerza de demagogia y denunciando la crisis, logró hacerse ver como lo que no es: una alternativa a esa casta de partidos tradicionales, pese a sus alianzas con lo más rancio de la casta cómo Patricia Bullrich. Otros elegirán a quien hasta hace poco tildaban de traidor por haber cogobernado con Macri: Sergio Massa, a quien muchos votarán “con la nariz tapada” sólo para que no gane Milei. Como señalamos en la editorial de este diario, el usufructo del miedo que genera Milei es lo que explica que una fuerza que ajusta al pueblo tenga chances de reelección.

Alguno de ellos obtendrá la mayoría ficticia que referimos en esta nota y será presidente. Pero esa ficción será puesta a prueba rápidamente porque el camino trazado por el FMI promete un ajuste peor al que ya estamos viviendo.

Ante este escenario el PTS, fuerza mayoritaria del Frente de Izquierda, sacó un comunicado donde señala: “Desde ya que llamamos a no votar a Milei, sin embargo desde la izquierda no podemos darle ningún tipo de apoyo político ni electoral a Massa”, y luego luego denunciar la pasividad cómplice de las conducciones sindicales y de los movimientos sociales frente al ajuste. Por último sostiene que la izquierda “se prepara para luchar junto a la fuerza de los trabajadores, las mujeres y la juventud contra cada nueva medida de ajuste que quieran imponer, por la recuperación del salario y las jubilaciones, contra la precarización laboral y para terminar con la dominación del FMI.” (LID) Por José Muralla

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