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La guerra entre Rusia y Ucrania, un año de grietas en el (des)orden mundial

Se trata de una guerra con profundas consecuencias a escala global. Principalmente, puso la guerra más cerca que nunca del centro capitalista desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Este fue uno de los acuerdos básicos de posguerra y desde aquel entonces, y sobre todo luego de finalizada la Guerra Fría en 1991, la guerra, sea interestatal o civil, se mantuvo en territorios marginales de la acumulación capitalista, o sea, fuera de Europa, Estados Unidos, China y Japón.

24 de febrero de 2023

El conflicto en Ucrania tiene el potencial de modificar este concepto, no solo por desarrollarse en territorio europeo, sino porque profundiza la hipótesis de enfrentamientos entre grandes potencias capitalistas. Los anuncios de Putin de abandonar el tratado de reducción de armas nucleares “New START” y las respuestas incendiarias de los países occidentales abren escenarios oscuros e impensados bajo el principio conocido como “Destrucción Mutua Asegurada” (N.R.: MAD por sus siglas en inglés) que rigió durante décadas.

El inicio

Desde la caída de la URSS, que concretó la restauración burguesa en el ex espacio soviético, Ucrania siempre fue una línea roja que Rusia impuso a los países que se ubican estratégicamente en Occidente (Estados Unidos y la Unión Europea centralmente, pero a los que suscriben Australia, Japón, Corea del Sur, entre otros). Muchos asesores tanto conservadores como liberales, George Kennan, Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski, entre otros, advirtieron al Estado Mayor de Estados Unidos, que integrar Ucrania a la OTAN daría inicio a un enfrentamiento directo con Rusia. Sin embargo, la OTAN fue integrando a la mayoría de estos países. [1] De la misma manera la Unión Europea, imponiendo condiciones de libre mercado y un modelo basado en la precarización laboral y el aumento de la desigualdad en favor de los países centrales de la Unión (Francia y Alemania).

La burguesía y la sociedad civil ucraniana estuvieron expuestas a estas tensiones que explotaron primero en 2004 y luego en 2014 cuando a causa de las protestas cayó el gobierno pro ruso de Viktor Yanukovich. Desde entonces hubo una guerra civil entre el gobierno central pro europeo y las regiones separatistas pro rusas de Donetsk y Lugansk, además de la anexión de Crimea a Rusia vía referéndum. El apoyo de Putin a este segundo bando le empezó a costar sanciones progresivas, aún más desde que concedió pasaporte y ciudadanía a todos los residentes de esos territorios. Pero la invasión fue un salto cualitativo luego de varios años de estancamiento de la guerra civil (donde cada bando estuvo fuertemente apoyado por potencias con intereses contrapuestos). Durante todos esos años los gobiernos ucranianos, con el apoyo de EE. UU. mantuvieron las peticiones de entrar a la Unión Europea y la OTAN, a pesar de las amenazas rusas.

Luego de varias rondas fallidas de negociación durante el 2021, donde Occidente no mostró ninguna voluntad de abandonar sus intenciones de integrar Ucrania a la OTAN, y con fuertes manifestaciones de la derecha ucraniana presionando al gobierno de Zelensky a recuperar el Donbass, Rusia invadió Ucrania. Esto en un marco donde se activaron nuevas protestas similares a las revoluciones de colores, [2]
entre otras por las crisis económicas abiertas durante la pandemia de covid pero también por los componentes autocráticos de los gobiernos en Bielorrusia, Kirguistán y Kazajstán. A esto se sumó la crisis política interna en Armenia y Azerbaiyán, que luego derivó en la agresión militar azerí, dejando al descubierto la debilidad de Rusia para lidiar con sus “patios traseros”.

La justificación de la invasión rusa a Ucrania fue proteger a la población en las "tierras históricas" de Rusia, garantizar la seguridad interna rusa amenazada por la OTAN, enfrentar la amenaza que representa el régimen "neonazi" ucraniano que, según Putin, ha estado en vigor desde 2014, y proteger a la población del Donbass. Pero sus objetivos estratégicos están principalmente vinculados a evitar la pérdida de influencia en ese país, enviar un mensaje al resto de sus aliados y ponerle un límite a la OTAN. Así Moscú explica la invasión reaccionaria a Ucrania como una medida “defensiva” en una guerra por la supervivencia de los valores (nacionalistas, conservadores y sagrados rusos, cercados militarmente por las fuerzas de la OTAN, de carácter liberal, cosmopolita y secular.)

Estados Unidos pudo reorganizar parcialmente a la OTAN -que venía muy degradada como institución de defensa- al llamado “mundo occidental democrático” como institución. Siendo que muchos de estos países, como Alemania con los saboteados Nordstream I y II, estaban entablando buenas relaciones comerciales con Rusia a pesar de la guerra civil. Pero a través de la guerra en Ucrania, Estados Unidos pudo reabrir la grieta geopolítica y retomar el camino para disciplinar a los países que están poniendo en cuestión el orden de pos Guerra Fría (Rusia y China), o sea su completa hegemonía mundial.

Estado de la cuestión

La invasión de Rusia a Ucrania se dio por diversos frentes, incluído un intento de toma de la capital forzando la caída del gobierno de Zelensky. Aunque esto último falló Rusia obtuvo varias victorias rápidas durante los primeros meses. Sin embargo, la resistencia ucraniana fue más fuerte de la esperada, a la que se sumó la ayuda Occidental (en gran medida acumulada desde 2014) que comenzó a llegar progresivamente en la medida en que Ucrania demostraba avances en el terreno, sobre todo dando fuertes golpes contra la aviación rusa demostrando la funcionalidad de los tecnológicos misiles HIMARS (de fabricación norteamericana).

Los objetivos de Putin fueron cambiando de querer instaurar un gobierno pro ruso en Kiev a capturar la mayor cantidad de territorio del sur y este, bloqueando a Ucrania la posibilidad de salida al Mar Negro. Para Rusia el primer impulso se fue agotando, el punto más alto fue cuando anexó (a través de discutibles referendums) las regiones de Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporizhzhia. Luego de esto, el Ejército ucraniano dio una contraofensiva fuerte donde recuperaron grandes extensiones territoriales, incluso dos grandes ciudades como Kharkiv y Kherson. Desde noviembre la guerra se encuentra estancada, con Rusia dando potentes bombardeos a diferentes ciudades, centralmente Kherson para intentar conectar todo el sur del país.

Los daños humanos y materiales que está dejando la guerra son aterradores. Tanto Rusia como Ucrania han perdido más de 100.000 soldados y el doble de heridos, además de tanques, vehículos blindados y aviones entre otros materiales bélicos. A esto se suma la muerte de cerca de 10.000 civiles según la ONU -pero se piensa que son muchos más-, 12.000 heridos, además de cometerse 45.000 crímenes de guerra. La economía de Ucrania se redujo aproximadamente un 30 % y 14 millones de civiles han sido desplazados (dentro y fuera del país), la infraestructura civil está, en gran medida, destruida y alrededor del 40% de su capacidad para generar electricidad fue dañada. Hasta el momento, ni Kiev ni Moscú parecen estar dispuestos a considerar un alto el fuego o desescalar el conflicto, y sus intereses son irreconciliables en la medida en que Zelenski exija la total liberación del territorio ucraniano (incluyendo Crimea y las recién incorporadas a Rusia, Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporizhzhia) para empezar a negociar, Sobre esos territorios, Putin exige se reconozca la soberanía rusa y sería una fuerte crisis interna si retrocediera a estas alturas.

Además el impacto global de la guerra es inconmensurable. En la guerra la participación de Rusia no es menor, ya que es una potencia nuclear, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que le plantea un desafío frontal a las potencias occidentales cuyo resultado inevitablemente va a rediseñar el tablero mundial de forma cualitativa. La guerra en curso está favoreciendo a los complejos industriales militares y a los bancos que financian los esfuerzos de guerra. También a los productores de materias primas, sobre todo hidrocarburos y alimentos, ambos negocios con fuerte participación de Ucrania y Rusia. Ya vimos las consecuencias que esto está teniendo a nivel global, cuyo alcance en el tiempo no conocemos. Esto ha impactado en los países más pobres dependientes de la importación de alimentos como los de Medio Oriente.

Las sanciones económicas contra Rusia golpearon, por supuesto, dando como resultado alrededor de una contracción del 3% del PBI, lejos del 12 % como esperaban muchos expertos. Los aumentos en los precios de los hidrocarburos y los acuerdos comerciales con otros países, principalmente China, ayudaron a sostener la economía rusa. El peor impacto lo sufrieron las economías europeas donde el tiro salió por la culata. Algo esperable debido a la dependencia (sobre todo de Alemania) del gas ruso y su lugar en el mercado mundial. El conflicto acentúa la inflación europea disparándose el precio de la energía, provocando una situación económica y social inestable en países como Inglaterra, Francia y Alemania, cuyos gobiernos están siendo cuestionados por movilizaciones y huelgas.

El militarismo, el último tramo de la decadencia imperial

El rearme imperialista de EE. UU. y la mayoría de los países europeos, entre ellos Alemania, y también Japón que cambiaron su líneas militares radicalmente desde finalizada la Segunda Guerra Mundial, es un síntoma de los alineamientos contra el Eje Rusia-China, pero también de una búsqueda por defender intereses propios preparando un escenario de fuertes enfrentamientos.

Como lo expresan los documentos de La Casa Blanca Estrategia de Seguridad y Defensa aumentando el presupuesto militar a 858 mil millones de dólares para combatir “amenazas” (allí figuran mencionandas Rusia 90 veces y China 17 veces), que ya no tienen que ver con el “terrorismo internacional”, sino que se asocian directamente a otras potencias (nucleares) que representan una amenaza a su hegemonía.

Los aumentos de presupuestos van de la mano de ayudar a los países en los bordes europeos a resistir la avanzada rusa como los bálticos (España está afirmando sistemas de defensa antiaérea allí) y en Polonia (EE. UU. está fortaleciendo sus bases en aquel país). Pero Implica también aumentar el suministro de armas a Ucrania, donde se está dando el mayor involucramiento occidental en este sentido.

Algunos analistas, como Chris Hedges, plantean que armas como los tanques Leopard 2 alemanes y los Abrams norteamericanos no sólo alargarán la guerra sino que tampoco cambiarán demasiado lo que suceda en el terreno. Porque tanto la fabricación de estas armas como el entrenamiento de los conductores para las coordinadas operaciones combinadas (tierra-aire) es muy lenta, puede tardar varios meses. Sin embargo, los “halcones” plantean aumentar las entregas de armamento, exigen una potente intervención militar y plena aplicación de las sanciones económicas como única forma de superar el “punto muerto”.

Pero el Kremlin está sosteniendo la cadena de suministro para la fabricación de sus unidades blindadas y cohetería a pesar de las sanciones occidentales y de la desesperante situación de su sistema financiero (el país sufrió el “congelamiento” de más 300 mil millones de dólares de las reservas del Banco Central ruso depositadas en el exterior). Aunque tiene problemas para reemplazar sus sistemas de armas de alto nivel tecnológico (como los aviones de última generación derribados), continúa produciendo sistemas convencionales de gama baja. Esto se profundizará, ya que Putin parece convencido de que “el tiempo juega a su favor”. Sin embargo, es un país que guarda fuertes problemas estructurales y dependientes para mantener una guerra indefinida. Tanto la resistencia ucraniana como el apoyo occidental (al menos europeo) podrían estar llegando a su límite, a menos que dirijan su economía hacia un militarismo todavía mayor, pero eso sería escalar un conflicto que, a desgano, ya están involucrados y que está provocando fuertes crisis internas.

¿Hacia una guerra interestatal prolongada?

Comenzando el segundo año de guerra, todo indica que continuará sin expectativas de arribar a algún acuerdo de alto el fuego sustentable. Aún si esto se consiguiera habría grandes chances de convertirse en una guerra de contrainsurgencia, con milicias que se opongan a la ocupación rusa en los territorios controlados o al ejército ucraniano.

Muchos analistas plantean que Rusia está preparando una nueva ofensiva al finalizar el invierno en pocos días. El analista George Friedman explica en Geopolitical Futures que estamos cerca de ver un nuevo momento decisivo en la guerra, el “Stalingrado de Putin” o sea un punto de inflexión que cambie el rumbo a su favor.

Rusia retrocedió en el plano internacional, en gran medida por el cerco impuesto por Estados Unidos y su política de avance de la OTAN hacia el Este desde la caída de la URSS. Ha perdido influencia en Europa del Este, Asia Central, el Cáucaso y lucha por sostenerse en África y Medio Oriente. Lo cual nos habla de que la guerra en Ucrania es una guerra por su propia supervivencia como potencia regional, algo que no está exento de contradicciones debido a las luchas de poder internas del Estado ruso que exceden este análisis.

Aún con ese objetivo modesto, para los líderes rusos resulta vital una resolución favorable del conflicto ucraniano, ya que los más de 100 mil rusos muertos en combate -que crecerán con la extensión de la guerra y la movilización de 200,000 soldados nuevos- sólo pueden legitimarse políticamente con una victoria, al menos parcial-. En otros momentos históricos, catástrofes militares terminaron en periodos de profunda agitación política, que pusieron en jaque regímenes que antes del conflicto eran considerados “todopoderosos”. Lo que abre el interrogante sobre el destino de Putin en la posguerra.

El primer año de guerra en Ucrania ha expuesto las limitaciones estratégicas de Rusia y Ucrania. En cuanto a la OTAN, ha llamado a la condena internacional contra Rusia, pero muchos países se han negado o sostuvieron posiciones ambiguas hasta el momento guardando distancia, entre ellos muchos países de América Latina, India, Indonesia o Sudáfrica. Pero particularmente China se está manteniendo al margen de brindar apoyo militar a Rusia, guardando un as bajo la manga para presionar a Occidente en otros escenarios, sobre todo en Taiwan y la lucha por los semiconductores. Su involucramiento provocaría grandes controversias para los países occidentales que mantienen fuertes negocios con China en distintos niveles, tanto comerciales como financieros, por lo que aplicar sanciones tendría consecuencias inciertas.

Estas grietas dan como resultado un escenario geopolítico mucho más complejo que avanza hacia un enfrentamiento con el involucramiento creciente de grandes potencias. Es necesario denunciar que el militarismo imperialista -con un discurso "democrático" cargado de hipocresía- apuesta a extender el conflicto para multiplicar sus ganancias y crear las condiciones para imponer su hegemonía a escala global, y el decadente nacionalismo ruso intenta fortalecer su régimen autocrático y someter aún más a los pueblos dentro de su "área de influencia". Solo la movilización independiente de los sectores populares puede poner un freno a la ofensiva guerrerista, colocando en el centro los reclamos de la población castigada por una guerra ajena a sus intereses. (LID) Por Santiago Montag / Omar Floyd

[1] Entre 1999 y 2004 el avance de la OTAN significó lograr la adhesión de países del espacio postsoviético tanto a la Alianza Atlántica como a la Unión Europea, entre ellos estaban Polonia, Hungría, República Checa, y los países bálticos Letonia, Estonia y Lituania, más tarde Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia. Estas incorporaciones permitían posicionar tanto tropas como estructuras militares sobre el espacio de influencia ruso. Para 2008, año en que se dio la corta guerra en Georgia, Estados Unidos y la OTAN mantenían bases militares alrededor de gran parte del gigante asiático si incluimos los países de Asia Central como Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán que brindaron permisos para desde allí entrar a Afganistán. Avances que implicaban no sólo la influencia política y militar del atlantismo, sino también la profundización de la desposesión y disciplinamiento del movimiento obrero de todos estos países al irrumpir las relaciones sociales capitalistas de producción dentro del orden mundial neoliberal luego de la experiencia soviética.

[2] Se las llamó de esta manera para caracterizar a los procesos de manifestaciones lideradas por partidos políticos reaccionarios pro europeos que exigían mayores libertades democráticas pero sobre todo de mercado, planteando vectores afines a los regímenes occidentales. Cada uno de ellos utilizó un color diferente de banderas por los partidos que las lideraron: la Revolución Naranja en Ucrania en 2004, en Kirguistán fue la Revolución de los Tulipanes en 2005, de las Rosas en Georgia 2005 y de Terciopelo en Armenia en 2018. Un proceso similar ocurrió en Bielorrusia durante el 2020 desafiando al gobierno de Lukashenko.

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